Acércate y ven hacia mí;
te invito a morder frutos nuevos,
a renacer junto al retoño de la vid.
Nos perderemos en bosques inmensos...
descuida que luego,
la dulce frescura del río
refrescará nuestros cuerpos.
Ven, ayúdame a sujetar
peces con las manos,
resbalosos, inquietamente irisados,
ya untuosos de paz y muerte.
Mira el resplandor;
mira cómo cientos
de pequeños diamantes
brillan en nuestra piel.
Ven, que calentará nuestra sangre
el sol chispeante y el vino.
Sube a ése árbol,
quiero que tu boca
atrape todas las moras,
y en un beso bien violeta
regálaselas a mi boca.
El jugo de ellas chorreará por mi pecho
y se irá aún más lejos...
Sacía toda tu sed,
bebe de mi carne
bien cálida y suave.
Ven, para descansar luego
en una gruta umbrosa;
allí me contarás despacio
tus sueños de victoria,
y yo derramaré en tu oído
cadencias con aroma a rosas.
Ven, dancemos desnudos tú y yo,
seremos brisa o mariposas,
águilas o panteras,
¡qué importa!
Rodemos entre las flores,
para poder sentir esa delicia,
de paladear ¡la maravilla
de estar con vida! |