Manuel no tenía conciencia de lo que había ocurrido esa noche. A sus 15 años, su figura pequeña y delgada no había pasado inadvertida para muchos, especialmente para el hombre que estaba frente a él. Su mente trataba de serenarse, de aquietar su cuerpo y sus piernas que aún temblaban. Una mezcla de sentimientos y pensamientos lo dominaban y no encontraba explicación a cómo había llegado a aquella situación.
Recordó que sus padres no sabían nada; ¡cómo los necesitaba en ese momento! Si hubiese tenido tiempo de avisarles; pero su espíritu aventurero y su ímpetu juvenil lo habían impulsado a actuar de esa manera. Un leve sonido metálico producido a su lado lo transportó nuevamente a la realidad; no le quedaba mucho tiempo, lo sabía, las agujas se desplazaban devorando los preciosos segundos y presentía que algo arriesgado debería hacer. Tal vez una última jugada.
No se atrevía a mirar hacia el frente, a ese hombre corpulento y sesentón que le inspiraba un profundo respeto y tendía a empequeñecerlo aún más. Qué descaro el suyo, desafiarlo. Había un profundo silencio, o al menos él no percibía sonido alguno, estaba totalmente sumido en su lucha interior. De pronto sintió una brisa que lo conmovió; se dejó llevar, su mirada se posó amorosamente en la dama negra que estaba frente a él y con seguridad extendió su mano hacia ella.
El hombre se sorprendió, sus rasgos hasta entonces distendidos se contrajeron como si hubiese recibido un fuerte golpe. No podía creerlo, que ese desconocido jovencito lo hubiese dejado en esa posición tan comprometida. Un fuerte murmullo comenzó a ganar la escena, todas las miradas se movían del reloj a la mesa, y fue entonces cuando el hombre mayor con una forzada sonrisa extendió su mano hacia el joven reconociendo su incapacidad de modificar el resultado. ¡Tablas!
Cuando Manuel sintió la firmeza de esa mano, supo que había alcanzado el cielo y pensó realmente que era un sueño. El gran salón que albergaba a más de 500 almas se conmovió al ver los tableros, los aplausos se fueron multiplicando y fueron muchos los que sintieron envidia por no estar en esa silla que todavía ocupaba Manuel. En la mesa el segundero casi había llegado al fin de su carrera y estaba detenido como mudo testigo, mientras el duelo de reyes, caballos y peones reflejaban una total paridad, y la Dama Negra dominaba el tablero.
Esa noche, mientras Manuel regresaba a su casa con una mezcla de incredulidad y alegría, no imaginaba que su osadía y valentía le abrirían las puertas a un futuro brillante. Los diarios lo reflejarían en sus portadas por la mañana, y su historia se convertiría en una inspiración para jóvenes ajedrecistas de todo el mundo. La noche en que Manuel arriesgó la Dama Negra no solo le otorgó un empate con el Gran Maestro Internacional, sino que también lo catapultó a una carrera que lo llevaría a convertirse en uno de los grandes nombres del ajedrez |