Cuando acepté el trabajo en el faro de Punta Sirenas pensé que era la ocasión ideal para preparar mis últimos exámenes. La llegada de mi hermana,con sus tres adorables vikingos, me impedía toda concentración. Empecé a estudiar en la biblioteca y allí encontré a Alfredo a quien no veía desde el liceo. Fuimos a tomar un café, él estaba preocupado; se acababa de comprometer y no quería retomar un trabajo que lo tendría alejado de su pareja durante el verano.
—¿Qué trabajo?...
—En verano reemplazo al guardián del faro de Punta Sirenas durante dos meses, pero esta vez no puedo dejar sola a Rita.
—¿Celoso?
—No, responsable. Está embarazada, lo supe hace poco, tengo que encontrar a alguien que me reemplace. El encuentro con Alfredo parecía haber sido programado para solucionar mi problema y el suyo. No sólo encontraría el tiempo para estudiar y escuchar música, sino que podría terminar mi novela. Pagaban bien, si se tomaba en cuenta que me daban alojamiento y comida gratis.
Después de los primeros días tuve que acostumbrarme al nuevo ritmo (dormir de día y trabajar de noche) pero me acostumbré pronto y el trabajo era mínimo. Las comunicaciones con los barcos eran casi inexistentes; hoy todos poseen equipos que les permiten orientarse y acercarse a la costa sin contar con la luz del faro. Mi trabajo era estar atento a las pequeñas embarcaciones y mantenerme en contacto con la capitanería del puerto para comunicar el movimiento o pedir auxilio en caso de necesidad. Ninguno de esos casos se presentó en los dos primeros meses.
Se acercaba el momento de volver a casa y me di cuenta de haber desaprovechado el tiempo. Había estudiado poco, mantenía diaros contactos por Internet, jugaba al ajedrez y escribía mi novela. En la ciudad solía dar prioridad absoluta al estudio.Comprendí que la carrera que había elegido no me gustaba. Estaba en plena crisis cuando me llamaron de la capitanería para ofrecerme el trabajo en forma estable. Una vez más el destino decidía por mí y acepté sin reflexionar.
Tenía los sábados y domingos libres, trabé amistades en el pueblo y me reemplazaba. un muchacho de mi edad que creo que lo que más le atraía del trabajo era la posibilidad de pasar la noche con su chica. Los reemplazantes que le sucedieron, hacían lo mismo. Muchas veces al volver encontré huellas femeninas; señales de rouge en los vasos, hebillas para el cabello en el diván, pendientes e el suelo ... perfume en el ambiente...Recobré la serenidad; no me sentía culpable por haber interrumpido mi carrera, al contrario, me deleitaba con el ulular del viento y el choque de las olas contra los acantilados.Cuando el mar estaba en calma y el silencio era absoluto escuchaba música y escribía frenéticamente. Pasaron los años. Terminé otra novela que mandé a una editorial y después de un tiempo dejé de esperar la respuesta.
Hace ya más de diez años que trabajo en el faro. Me hace reír esa palabra, me pagan para disfrutar de una vida beata Medito mucho, pienso menos estoy cada día más cerca del vacío mental. Me nutro de música, de lecturas, de silencio y del mar,que es el marco de mi vida. Soy feliz, no necesito emborracharme para sentir un creciente estado de embriaguez. Cada noche es una nueva aventura para mí. Ayer estaba escribiendo cuando escuché pasos en la escalera. Parecía que quien subía se detenía cada dos escalones. Apareció una desconocida en el pequeño vano de la puerta.Era hermosa. Nunca la había visto. Su respiración era agitada. Lo primero que hizo fue pedirme agua, se la di y bebió con avidez. Se recostó sin decir palabra. Parecía exhausta, sus ropas de extraños colores estaban sucias de barro, un alboroto rojizo en el que asomaban cintas y peinetas, su cabellera. Al ver sus pendientes, pensé que sería una gitana del campamento que estaba acampado cerca del pueblo. Comencé a pensar que la había visto en otra oportunidad, pero no recordaba cuándo. La dejé descansar, pero al rato empezó a agitarse y vomitó un líquido verde. Asustado llamé a la prefectura marítima. La mujer se levantó, me tomó de los brazos y caímos juntos en el sofá. La náusea del olor que despedía me hizo vomitar también a mí. La vinieron a buscar y me obligaron a subir a la ambulancia con ella.
En el hosìtal me repiten que no había ninguna mujer en la ambulancia y que yo había tenido otra alucinación parecida. ¿Alucinación? Pero si tengo uno de sus pendientes en mi mano... protesté. Dicen que no es la primera vez que hablo de sirenas y gitanas inexistentes.Vino a visitarme un psicólogo y me recetó calmantes. Más tranquilo recordé esa conversación de hace más de diez años con mi amigo El habló del“síndrome del faro”, disturbio causado por el silencio y la prolongada soledad.
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