Esa fue la segunda vez que vi llorar a papá. La primera fue cuando murió un primo de él a quien apodaban el Chueco. Recuerdo que se tiró en la cama boca abajo y lloró un rato infinito. Ahora lloraba porque anunciaban que Ayrton Senna había muerto. El auto de fórmula uno de Ayrton Senna salió despedido, después de una curva, contra un paredón como si hubiera sido liberado por una soga que girando se cortó. El Williams estaba todo destrozado y la cabeza del piloto caía hacia un lado.
¿Viste? Se levantó mamá enfurecida. Tenés que dejar de correr, le dijo a papá.
Papá desparramó los platos y vasos y botellas sobre la mesa y se apoyó en sus brazos cruzados para llorar desconsoladamente. Ese brasilero que parecía el hombre más veloz del mundo, el que había salido con Xuxa, el de la cara de bueno, el que había construido una asociación para que estudiaran los chicos pobres de Brasil estaba muerto. En los días previos, era el circuito de Imola en Italia, había habido un accidente grave y un muerto también. Un piloto austriaco. Las autoridades estuvieron a punto de suspender la carrera pero the show must go on decidieron. Se les había ofrecido a los pilotos la posibilidad de no correr pero Ayrton Senna obviamente salió a la pista.
Papá corría en autos también. En la fórmula dos. Los autos eran parecidos a los de fórmula uno, por la trompa y los alerones pero iban mucho más despacio y era una categoría nacional. Me encantaba ir con papá a las carreras. Papá tenía una gigantesca casa rodante, con comedor, nueve camas, cocina y baño y cada vez que había una carrera llevaba mecánicos y un montón de otros tipos que se colaban para acompañar y ver la carrera y que no hacían mucho salvo contar chistes verdes todas las noches. Cuando iba con papá a las carreras faltaba el viernes a la escuela porque los viajes siempre empezaban los jueves a la tarde y duraban hasta el domingo a la tarde.
Papá y mamá discutían hace años acerca del amor de papá por la velocidad. Discutían desde antes de que yo naciera, desde antes de que se casaran. Papá prometió dejar las carreras cuando se casaban pero eso no sucedió. Siempre hubo excusas o un poquito más adelante o el próximo año es el último.
Papá había tenido su época de esplendor en los kartings y en unas categorías regionales en su juventud. Campeonatos, fotos, gloria, pero ahora estaba más viejo y venido a menos y no era un buen piloto, siempre disputaba los últimos lugares cuando no era que tenía que abandonar la carrera. Era un deporte caro pero papá era dueño de una empresa de transporte de combustibles que trabajaba para YPF. Por eso su auto llevaba ese esponsor. Recuerdo subirme al auto rummm rummm rummm andar sin andar, haciendo ruido con la boca, haciendo girar la dirección, mientras el auto permanecía parado bajo la carpa que armaban al costado de la casa rodante. Me encantaba lustrarlo. Usaba una gamuza y BLEM. Era un auto blanco con el logo azul y negro de YPF y con algunas otras marcas que ponían algo de dinero para apoyar a papá. En realidad eran marcas valientes, creo que lo hacían más por caridad que por ganancias, porque como dije papá siempre andaba atrás de todo.
Yo disfrutaba muchísimo cuando eran las pruebas o la clasificación porque era el encargado de armar el cartel con el tiempo que le mostraba a papá cuando pasaba a toda velocidad por frente del paredón de boxes. Recuerdo que el mejor de todos era Massei, un piloto de Leones que había estaba en la guerra de Malvinas. Yo lo miraba como a un héroe. Me imaginaba que alguien que había estado en la guerra tenía un extra de valentía como para girar más rápido que los demás. Había otro que era rápido también. Suriani, que se decía que estaba enfermo de cáncer y que andaba siempre en el podio también. A decir verdad yo estaba del lado de papá. No quería que dejara de correr. Mamá me parecía una amargada hincha pelotas. Pero ese mediodía en que Ayrton se mató contra el paredón en Imola la cosa fue distinta. El brasilero que habíamos ver hecho malabares en la lluvia de Mónaco llegando segundo después del Mc Claren del campeón Prost, bajo la lluvia, con un Toleman, una escudería de última calidad donde había debutado Senna en la fórmula uno. Después Senna pasó a Lotus, después a Mc Claren y había salido campeón ya tres veces del mundo. Era un experto en la lluvia y creo que lo que me conmovía era su cara de bueno, que detrás de ese buen tipo estuviera el hombre más veloz del mundo. Una vez, en una pista, denunció que un muro se había corrido, salido de lugar. Todos decían que no, que para nada, hasta que fueron a controlar con precisión y definitivamente el paredón se había corrido tres centímetros.
Lo supe porque lo rocé cuando pasé por ahí, dijo Senna.
Así al límite corría el tipo. Una vez se le trabó la caja de cambios en sexta y tuvo que terminar la carrera, cerca de diez vueltas todo en sexta. Encima ganó. Cuando terminó la carrera estaba extenuado, no podía salir del auto. Lo sacaron y era una gelatina. No podía levantar la copa en el podio. Lo vimos hacer maravillas. Los amábamos con papá y amábamos mirar la fórmula uno con un buen asado los domingos. Mamá ya lo dejaba pasar, comía en silencio mientras nosotros gritábamos eufóricos.
Mis abuelos no habían muerto, mis tíos tampoco, ningún ser querido para mí había muerto todavía, no conocía la muerte de un ser cercano, pero ese día en que mamá gritó:
¿Viste?¡Tenés que dejar de correr!
Creí un poco que mamá tenía razón. Ese día conocí la tristeza. También lloré a mares.
La historia siguió de la misma manera. La próxima será la última carrera, papá nunca dejó de correr y con mamá se separaron y yo continué viajando por el país a las carreras en la hermosa casa rodante de papá y seguimos a pesar de todo mirando la fórmula uno. Pero la muerte de Ayrton Senna cambió mi vida. Cuando tuve quince años y papá me ofreció prepararme un karting para que empezara a correr dije que no.
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