Edmundo Rosas Riquelme, me cree pendejo, madruga a ponerme diez votos y una estrella. Gordo cabrón, coge oficio.

En la empresa donde él trabajaba, era conocido como don metáfora. Muchos de los empleados no conocían el significado de dicha palabra. Eso no era óbice para que lo llamaran de esa manera. Al principio, Edmundo, se enojaba; pero con el paso del tiempo lo fue asimilando y terminó por aceptar ese apodo.
Hasta el jefe lo llamaba de esa manera, lo mismo que la contadora de la empresa, a quién Edmundo se la pasaba pidiéndole adelantos de dinero, era tan precaria su situación económica, que a todo el mundo le pedía plata. A la hora de recibir el pago por su trabajo, recibía tan solo unas pocas monedas. Lo peor de todo es que se enamoró de una mujer muy bella y adinerada, a ella quería conquistarla con su lenguaje florido. Para resaltar su cuerpo armonioso le decía que tenía cuerpo de palmera y caminar de río que se curva. Le decía que sus dientes eran como perlas; también que sus pechos parecían montañas altivas. A veces la invitaba a tomar café y no le decía vamos a tomar café, sino que la invitaba a tomar la noche mezclada con la luna.
Ella ya estaba muy cansada de tanta pendejada; ella era una mujer con mucha cultura y no quería perderla con semejante pelmazo. Edmundo, un día le dijo que su sexo era dulce como un saxo. Ella tan solo le dijo que su sexo era como el de todas las mujeres y que por ahí también menstruaba. Antes de dejarlo solo y decepcionado le dijo:
-Yo no soy poeta como tú, lo único que te digo es vete para la mierda y no vuelvas más.

Pedro Moreno Mora