Comió tanto papel que le salió barriga; mojó tanto papel que se le corrió la canoa. Llevaba tantos libros en la espalda y el peso lo doblegó, sin vender ninguno. Soñó con ser el mejor actor y aparecer en todas las revistas de farándula, pero no llegó ni a payaso de barrio pobre.
Vivió muy convencido de su talento, según él, innato. Era experto en el arte de las agujas y el hilo. Soñaba con confeccionar los trajes de las modelos más cotizadas en el mundo de las pasarelas. A la hora de su muerte dejaría un gran legado a los modistos de todo el mundo. A la hora de fallecer, nadie rezó una oración por ese desdichado; nadie llevó siquiera una flor a su funeral. Cada año lo visitaba el mismo cliente para que le zurciera los pantalones rotos y viejos. Después de hecho el trabajo le pagaba con arroz, sal y azúcar.