Me senté en silencio y empecé a sentir lo que tenía dentro de mí... Una paz se extendía con cada respiración, la oscuridad desplazándose como nubes en un cielo oculto... Continué sumergido en mis sensaciones, y pronto me inundé de una paz interior. Esto es lo que busco, lo que anhelo sentir todo el tiempo. Pero entonces, una lluvia de emociones y un mar de pensamientos empezaron a arañar mi momento de tranquilidad. Abrí los ojos, frustrado por haber fallado una vez más, como tantas veces en los últimos veinte años. Miré el reloj; aún no había pasado la media hora. Decidido, cerré los ojos y volví a centrarme en el vaivén de mi respiración. Poco a poco, la tranquilidad regresó. Sentí mi rostro relajarse, como si fuera una cáscara desprendiéndose, y mi cuerpo se transformó en un gigante, con yo encerrado dentro de él. Abrí los ojos y noté que todo a mi alrededor se veía diminuto, como si fueran enanos. No sentí miedo al ver a mi perro acercarse, ni pena, ni ira, ni nada. Me sentí libre de mirar las cosas y las caras de las personas, protegido tras el cristal de un hermoso estado de libertad. Cerré los ojos y seguí viajando.
Vi una constelación de estrellas, como si estuviera en el centro del universo. Todo era tan hermoso, hasta que apareció una mancha blanquecina que comenzó a acercarse sin forma definida. "¿Eres Dios?", pensé. La forma se acercó más y más, hasta donde yo me encontraba. De pronto, percibí que estaba ante algo sin nombre, la misma mancha blanquecina, pero ahora emanaba un sentimiento de belleza. Sentí que era la belleza de las bellezas, el rostro de algo sublime... la risa más tierna de un bebé... el sentimiento más profundo del amor... "Es Dios", pensé.
La mancha comenzó a alejarse lentamente y, cuando no pude percibir nada más que la oscuridad, abrí los ojos y aún estaba en mi cuarto. Me levanté y sentí la necesidad de salir a la calle. Quise contar lo que había vivido, pero no pude. Sentía que todo eso era tan solo para mí, para escribirlo y guardarlo en lo más profundo de mi ser. |