Verónica que supiste ser aurora derramando tu luz y tus encantos, donde estarás ahora, luego de un largo suspiro que te llora.
Dejaste el jardín sin horas, sin tierra, sin tu aroma de flores silvestre; el silencio reclama tu presencia, desea tu voz, tu canto en las mañanas claras, y oscuras de la noche.
¡Qué destino anudo tu cabello de oro, vistió tu cuerpo de amapolas, tu corazón de rojo carmesí!
¡Que fue de tu sonrisa clara, de tus ojos negros, de tu andar por la playa descalza, y con un sombreo verde, desnuda y feliz canturriando una canción de amor, niña hermosa de bello sentimiento, de alegría y de calma!
Verónica, te vemos pasar por las olas, llevadas por el viento como una minúscula arena de cielo y de mar.

Quizás buscando tu violín, tu piano, el sillón colmado de pañuelos, tu labial y tu manto de terciopelo.

A-M-R