El cielo se puso gris de repente en forma sorpresiva, así como si un artista pintara de una pincelada el paño tapando el sol con su eterna calentura y lo sepultara de hielo, el agua se desplomó sobre el valle tan fuerte como si cayeran cientos de miles de espadas con una fuerza arrebatadora. Mojó de esta forma la tierra ahogando las raíces de los abedules y sacando a flote las ranas de la laguna. El mar estaba próximo y las nubes oscuras no lo dejaban ver bien, era el medio día y Urgencio Puelma con la oz en sus manos cepillaba los matorrales ungidos de agua para poder despejar el tiempo, eso decía, “si yo utilizo este instrumento y ralo los pelos de la tierra voy a poder mirar el mar desde mi casa”, y así lo hizo, mas, un arrebato se apoderó de su cabeza enferma, matar, cortarle la cabeza a esas nubes para que dejaran de llorar y así dale el paso a la gran ampolleta(el sol), así la nombraba porque carecía de ellas en su hogar, las velas con su constante desagüe de pena y su incesante oscilación desesperaban al viejo.
Como se hizo la oscuridad de un momento a otro vino la reluciente claridad, la humedad fue mutando y con ello el calor, el sofocante candelero que a golpes de sudor araba la piel dejándola tiesa, acartonada y negra; tomó un tiesto con agua de lluvia y se la bebió sin siquiera hacer una pausa, sin embargo, al poco andar sintió que algo le quemaba la tripa y comprimía su corazón, una desazón espeluznante e incisiva recorría sus arterias y le nublaba aún más la razón, ¿sería quizá que ese líquido venido desde lo alto traía los fantasmas que el mismo había enterrado hacía ya una treintena de años?, y fue de esta forma en que comenzó a escuchar voces, unas roncas, otras agudas, con epítetos, murmuraciones, secretos, condenaciones, hasta rezos de rosarios con sus estaciones y letanías no lo dejaban descansar, fue entonces cuando loco de sí, agarró un machete y con un palo en la boca se cortó ambas orejas, corría la sangre por el cuello y haciéndose gotas cubrió el suelo cercano a su silla, las hormigas no tardaron en llegar, se subieron por las piernas hasta legar a sus ojos y absorbieron su pena, hinchadas bajaron al subsuelo de la rancha mientras Urgencio volvía a erguirse y abrir las ventanas, nuevamente el cielo se opacó y con un osada insolencia provocaron al sol su huida, volvió a cubrirse de sombras y a llorar desconsoladamente el cielo, volvía a repetirse el circo de un día a la vez, todas las veces igual, como la vida y sus matices, desde estar seco y podrido a volver a nutrirse cada vez que la luz de las velas se apagaban para darle paso al sol; Urgencio se desvaneció en la noche, porque una cosa que desconocían las nubes cargadas y el sol descarado, es que la muerte la trae la luna.
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