Pasó de largo frente a la cama que ocupaba. Y primero me impactó su perfil, luego una espalda armónica con el resto de su cuerpo. Entonces, su andar y el batido de su pelo, generaron un contraste con la parsimonia del sitio donde estábamos. Pero después de cinco pasos giró su cuerpo hacia la recta qué trazó al entrar en el cuarto.

Y mi inmóvil cara sé alineó con la suya. ¡Ciertamente! Sé trataba de una joven europea. Pero el inglés fluido que usaba me hizo ubicarla al sur del citado continente. Porque el sonido que le daba a una letra de mi alfabeto me habló de la lengua madre de cinco idiomas. Y tres pasos suyos frente a mis cavilaciones me llevaron a perderla de vista.

Por lo que mi cerebro quiso regañar mi indecisión ante el no abordarla. Ya que me quedaría con la duda. Y eso no me lo habría perdonado nunca. Y sí volvió alguna otra vez por el entorno de mi cama estuve bajo los efectos de algún medicamento. Qué por la incertidumbre del día y la hora de mi alta temí dar por perdida la ocasión de enfrentarla.

Hasta que al fin sé me dio lo de tenerla al punto de percibir el fulgor de su aliento. Mirar los destellos de unos ojos proporcionales al óvalo de su cara. Y aprovechando la apertura de sus oídos filtré una pregunta en el idioma que le escuché hablar la primera vez que la ví: Can I ask you a question?

Y ella soltó un muy abierto ‘of course’. Por lo que añadí la segunda: Does your language originate from Latin? Yes, me respondió con los ojos en su versión más amplia. Which one? Volví a inquirir. Y de su boca y luchando por opacar una inusitada alegría me dijo: ¡La italiana!