Acostarse todas las noches con un hipocondriaco es difícil, pero uno se acostumbra, lo tolera. Era la noche de los cohetes por el onomástico del Santo del pueblo. Me pregunté: ¿Qué le dolerá ahora? Si me dice que la panza, tengo té de aguacate oloroso. A la mano hay chiqueadores por si le duele la cabeza. El pañuelo rojo ya se lo sujeté por la nuca; costumbre que le inculcó su madre. Para su reuma de tobillo, siempre están las frotadas vigorosas de eucalipto.

No se quejó de nada, así que pude dormir profundamente. Solo un ligero ronquido me acompañó al cerrar los ojos. Al amanecer, él seguía durmiendo. Me dio “cosa” y toqué su frente; estaba tibio. Coloqué mi mano bajo su nariz, pero no sentí su resuello. Por más que lo moví, no despertó.

¡Qué ansias poder preguntarle! ¿Agustín, y la muerte también se siente como el reuma o es más piadosa?