Soy de una raza
de simios blancos
soberbios y orgullosos.
Que golpean su pecho
sintiéndose justos
y bondadosos.
La justicia,
para nuestra raza,
es un código descifrable
que se acomoda
fácil a los tiempos
como si fuese arte.
La libertad atrincherada,
en nuestros corazones,
huye a escondidas
de las imposiciones.
Quedó atrapada en la cultura,
en la muerte de la revolución,
en el epitafio de su sepultura.
Nos hemos hecho esclavos
de caprichos onerosos,
de tendencias desordenadas,
que al ritmo de gritos ansiosos
ejercen nuestras condenas.
Somos de una raza
de simios blancos
con falsas reglas sagradas.
Soy de una raza
de simios blancos
orgullosos y violentos.
Escurre el rojo cereza
en la empuñadura
de los tiempos.
Sobre el dedo impulsivo
del gatillo asesino,
sin razón alguna,
se sellaron los castigos.
La bondad ha quedado
de manos atadas,
algo aturdida,
algo dañada.
Soy de una raza
de simios blancos,
que ya no saben
creer en nada.
¿Dónde quedó la igualdad?
Riendo burlesca
entre buenos y malos,
entre pacifistas y violentos.
La forzada igualdad
de frutos lentos
que a pocos satisface
y a muchos
los tiene hambrientos.
¿Dónde quedó la fraternidad?
La dulce fraternidad,
hermana perdida de la amistad,
Inspiradora inspiración decadente,
quedó como la parte del sueño
que se conservó ausente.
La insípida fraternidad
ha sido devorada por la ambición
y el enriquecimiento apresurado.
Quedó como caricia empastada,
como un esfuerzo plagiado
sin méritos propios
y tapas adulteradas.
Somos de una raza
de simios blancos
condenados a dar zarpazos.
Sonriendo con distancia segura
celebramos alzando los brazos.
Señalando la autoría
de aberraciones y
negando los fracasos.
Nada importa,
solo el ritmo ancestral,
¡Que resuene el golpe
del puño mortal!
Señal de advertencia
desde nuestros pechos,
¡Que a quien se oponga
vamos a acallar!
Somos de una raza
de simios blancos.
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