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Cuando la tristeza me anega los rincones de la casa, salgo a las calles y busco islas de luz. Soy un hombre al borde de un llanto que viene de lejos y tú apareciste para invocarlo. Ahora lamentablemente, lo sé.
Dos años esperé pensando que nuestro amor colmaría la inmensa sima que me dejaron la humillación y el abandono de antaño. Pero tu mano no estaba llamada a llenar su fondo oscuro. Simplemente tomaste los restos de un botín, como no pudo ser de otra manera. Fuiste algo de ese lento saqueo inconsciente que sufrimos de otros para hacernos con una mirada mas justa, mas generosa, mas amplia. Inevitablemente, dentro de esta visión consoladora va el propio consuelo.
Tantas fueron las cosas que alejaste de nuestra vida compartida que ésta hubo de malograrse. Nada la alimentaba desde fuera y todo se devoraba por dentro. Consideraste arriesgado allegar otros horizontes; inoportuno, otros corazones; profanador, otros ideales; y así, horizontes, corazones e ideales fueron solo espejismos de mi sed en mitad de un desierto.
Acaso fueron en ti soterrados miedos lo que volvió todo agua empozada, ciego túnel, cristal azogado, cielo plomizo: una oscuridad pretendiendo claridad imposible.
Y ahora, aunque esta tristeza anega también las calles y me golpea, ella no me vence, porque tomo fuerza en las pequeñas islas de luz a las que arribo.
David Galán Parro |
Texto agregado el 23-12-2024, y leído por 30
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