Un martes por la tarde, mientras paseaba por el parque con mi perro Orson, sentí que el aire de verano tenía algo especial. El sol estaba en su punto más alto y la brisa cálida acariciaba mi rostro. En ese instante, vi una escena que no esperaba: un pequeño grupo de personas rodeando a un artista callejero que tocaba una melodía dulce en su violín. La música era tan encantadora que decidí acercarme.
Orson, siendo el perro curioso que es, se acercó aún más rápido, tirando de la correa. Fue entonces cuando me di cuenta de que la violinista era alguien a quien había visto antes en la universidad, pero nunca habíamos hablado. Su nombre era Javiera, y siempre me había parecido intrigante con su aire bohemio y su pasión por la música.
Decidí quedarme a escuchar. Javiera tocaba con una pasión que hacía que cada nota resonara profundamente. Cuando terminó su pieza, nuestros ojos se encontraron y nos sonreímos mutuamente. Sentí una conexión inmediata, como si nuestras almas se hubieran reconocido.
Después de su actuación, me acerqué tímidamente y felicité su talento. Javiera, con una sonrisa cálida, me agradeció y comenzamos a hablar. Nos sentamos en un banco cercano, mientras Orson se entretenía con una pelota de tenis. Charlamos sobre todo y nada a la vez: desde nuestras clases en la universidad hasta nuestros sueños y aspiraciones.
Descubrí que Javiera tenía una historia fascinante. Había viajado por varios países con su violín, tocando en calles y plazas para ganarse la vida y conocer el mundo. Cada historia que contaba me hacía admirarla más. Y ella parecía interesada en mis propias anécdotas y planes.
Esa tarde se extendió hasta la noche, y cuando las primeras estrellas comenzaron a aparecer, intercambiamos números de teléfono. Nos prometimos vernos de nuevo para seguir conversando y, quizás, hacer música juntos. Me fui a casa con una sensación de alegría y la certeza de que algo especial había comenzado.
Desde ese día, Javiera y yo nos vimos regularmente. No solo compartíamos conversaciones profundas y risas, sino que también comenzamos a tocar música juntos en el parque, convirtiendo nuestras tardes en pequeños conciertos improvisados para cualquier transeúnte que quisiera escucharnos.
Y así, en medio de melodías y atardeceres veraniegos, un simple paseo por el parque se convirtió en el comienzo de una hermosa historia de amistad y algo más. |