Gabriel siempre había encontrado consuelo en observar la ciudad desde la ventana de su apartamento. Vivía en un quinto piso, al sur de una gran ciudad, y las vistas le ofrecían una especie de refugio mental. Las personas abajo, en la calle, cruzaban intrépidamente de un lado a otro, arriesgando la vida por llegar al otro lado de la acera; los autos parecían dispuestos a atropellarlos. Luego, comenzó a llover, y una docena de paraguas se abrieron al instante. Este era el escenario que Gabriel observaba cada vez que se sentía perturbado.
Gabriel, como cada ocasión en que miraba por la ventana, no estaba muy feliz. Hacía medio año que su esposa, Gigliolla, había muerto en un trágico accidente automovilístico. Tenían cinco años de casados, y la noche del accidente, Gigliolla nunca regresó. Pasaron horas y horas de insomnio en la cama de Gabriel, y Gigliolla no respondía al celular. Los servicios de policía y emergencias decían que no podían hacer nada hasta que no pasaran al menos 24 horas de la desaparición de una persona. Al tercer día, llamaron a Gabriel para que fuera a identificar el cuerpo.
Ahora, Gabriel estaba solo en un país al que no pertenecía y sin poder salir de él de forma sencilla, o por lo menos no hasta que las investigaciones del accidente concluyeran.
El apartamento de Gabriel era pequeño y modesto, con muebles desgastados que habían visto mejores días. Las paredes estaban decoradas con fotos de su vida con Gigliolla, recuerdos de tiempos más felices. La lluvia golpeaba suavemente contra la ventana, creando un ritmo melancólico que reflejaba su estado de ánimo.
Gabriel miraba por su ventana, la cual distorsionaba las luces distantes a través de las gotitas de agua que resbalaban por ella.
-¿Por qué te fuiste tan pronto? –preguntó, y al poco tiempo, una voz femenina a su derecha le contestó–. No seas absurdo, bien sabes que lo nuestro iba a durar mucho más –Gabriel miró a su esposa, bella como siempre, recargada contra el muro debajo de la ventana, sentada en el piso a su derecha–. Pero las cosas iban a cambiar poco a poco, podríamos haber solucionado nuestros problemas juntos –Gigliolla lo miraba con una sonrisa melancólica–. Yo nunca quise dejarte solo –Gabriel continuó mirando por la ventana, abajo, los autos ahora estaban a vuelta de rueda debido a la lluvia, y ya se empezaban a escuchar los pitidos de los conductores desesperados.
-Yo aún te amaba, yo aún te amo, Gigliolla –dijo Gabriel apretando los puños–. Por eso es que vine aquí, por eso dejé mi país. Estoy aquí por ti, en un país que no me respeta, en el cual suceden cosas como lo que te hicieron.
Gigliolla seguía con su sonrisa en el rostro.
-Pues yo no te amo ya, no te amaba desde hace mucho tiempo, Gabriel, y lo peor es que eres tan ingenuo que no te dabas cuenta. Vivías en una falsa idea. No tuviste la capacidad de mirar un poco más allá y entender que hacía mucho tiempo que cuando decía que te amaba ya no te miraba a los ojos. En verdad, Gabriel, eres muy tonto.
Gabriel apoyó la cabeza en la ventana y la empujó hasta que se escuchó un “crack”.
-Eres cruel, eres una mujer muy cruel. Bien te mereces lo que tuviste –le dijo Gabriel, y una lágrima cayó al suelo.
Gigliolla se puso de pie tranquilamente y se acercó al oído de Gabriel.
-Tú eres quién está sufriendo. Yo ya no siento nada, y viví feliz mis últimos minutos. Ni siquiera me di cuenta realmente en qué momento morí. Creo que fue una linda muerte.
Se alejó del oído de Gabriel y caminó hasta una de las esquinas de la habitación, donde se sentó de nuevo.
-De verdad, yo te amaba muchísimo, no tienes idea. Y es tan increíble mi odio en estos momentos que te mataría si no estuvieras muerta ya. Amor y odio no son una linda combinación.
Entonces Gabriel se dio cuenta de que podía llevarse a Gigliolla de ahí, de alejarla.
-Estás aquí, pero puedo hacer que ya no estés. La única razón por la que sigues aquí es que mi mente crea lazos con algo que creo, son universos paralelos. Ya te lo he dicho antes.
Gigliolla dejó de sonreír.
-Puede ser –dijo–. Me has contado de tus amiguitos imaginarios y de cómo supiste de cosas que sucederían antes de que sucedieran. Pero eso puede ser coincidencia, y lo anterior, así como yo en este momento, podemos ser solamente producto de tu intranquila imaginación. Podrías estar loco y ya.
Gabriel notó la preocupación en el rostro de Gigliolla.
-No eres la primera persona que me dice eso, bueno, si es que puedo considerarte una persona –dijo Gabriel, quien ahora sonreía–. ¿Qué tan imaginaria te sientes?
Gigliolla vaciló un poco antes de contestar.
-Pues, no sé –dijo.
-Pues bueno, eres una ingrata, arrogante, egoísta, malvada, perra, desgraciada y demás. Se acabó tu miserable vida en esta realidad...
Gabriel dejó de pensar en Gigliolla. Ahora estaba dispuesto a traer de vuelta a alguien a quien había conocido años atrás.
-¿Nicole?
Nicole estaba sentada ahora donde antes estaba Gigliolla, casi en la misma posición de descanso. Su cabello rojo caía hasta el piso sobre su cuerpo, llevaba un lindo suéter café y una falda verde. Era hermosa, pero tenía una apariencia translúcida.
-Hace tanto tiempo –dijo, mientras sonreía y miraba a Gabriel.
-Sí, hace mucho tiempo. ¿Estabas muy lejos? –le preguntó Gabriel a la joven, quien fuera su compañera durante casi toda su infancia y juventud.
-No lo sé, pero no estaba contigo. Tenía que cuidar a mi padre y luego, ya no me llamaste. Pensé que me habías olvidado –dijo Nicole.
-No, no lo hice, pero había alguien más, hubo dos mujeres –dijo Gabriel.
Nicole se puso de pie y se acercó a Gabriel, lo abrazó y Gabriel sintió un escalofrío en el estómago que luego recorrió todo su cuerpo, seguido de una gran felicidad.
-No estás solo ya –le dijo Nicole–. Estaré contigo, ahora y siempre, y tú estarás conmigo.
Gabriel la abrazó también. Había olvidado que Nicole era realmente la persona con quien más se había entendido en la vida.
-Lamento haberte dejado tanto tiempo. Creí que me haría más feliz si vivía con alguien de mi realidad, como todos los demás hombres –Nicole sonrió–. ¿Y cuándo has conocido a un hombre que esté completamente feliz con lo de su propia realidad? La mayoría de los hombres y mujeres viven felices cuando tienen presentes cosas que no pertenecen a su realidad.
Gabriel sonrió y abrazó más fuerte a Nicole, la miró a los ojos. Era cálido y reconfortante reencontrarlos.
-Aún puedo ver a través de ti –dijo Gabriel.
-Sí, me siento extraña –dijo Nicole–. Pero supongo que eso se arreglará con el tiempo.
Gabriel la besó, sonriendo luego en su infinita tristeza. Mientras la lluvia seguía golpeando suavemente contra la ventana, Gabriel sintió una sensación de paz que no había sentido en mucho tiempo. Aunque sabía que las heridas de su corazón tardarían en sanar, la presencia de Nicole le daba la esperanza de que no estaría solo en su camino hacia la recuperación.
Finalmente, Gabriel se apartó y miró a Nicole con una mirada llena de determinación.
-Sé que no eres real en el sentido tradicional, pero tu compañía significa el mundo para mí. Juntos, encontraremos la manera de seguir adelante.
Nicole sonrió, y por primera vez en mucho tiempo, Gabriel sintió que la oscuridad comenzaba a disiparse, dejando paso a la luz de un nuevo comienzo. |