ESQUELAS PARDAS (fragmento)


Para ser una joven que gusta del jazz, melancolía y blues, no se deja llevar tanto por la amargura como ella cree, pues sin notarlo llena rincones en corazones acongojados y luego se ruboriza iluminando el lugar, desde la palidez de su rostro hasta rosados tentadores. Entonces se arma del recuerdo de su guitarra y reconozco su secreto: la música como su silenciosa frustración. Y mientras brinda clásicos y sonrisas adornando la nostalgia, me acompaña en los pensamientos con una sinceridad tal que le pregunto si no teme a la pronta marcha sombría, y con un semblante tibio me responde temerle más al final irremediable, al desligue del cariño, a la muerte de un destino, a la muerte de este destino...

”Cuando alguien se va, parte de ti se va con él... Como con nosotros... Tú, ¿podrías reemplazarme?...”

Algo tristes andamos por calles nocturnas, quejándonos a ratos por el punzante viento porteño pero sonriendo luego, aliviados al confiar en un abrigo vivo cercano, y sabiendo ya que una larga caminata entre ascensores, pasajes y cerros es capaz de quitarnos el frío.

Sentados en un desteñido banco de Gervasoni deja asomar otra vez sus sensaciones... mirando las avenidas principales desde la altura retorna al recuerdo, a la fobia hacia la oscuridad, a lo que no será más y no podrá tener, a la inutilidad de lo que no fue y de lo que pudo ser, al miedo al cambio y a la brusquedad de las relaciones, a la inocencia frente al todo pero que todos le quieren arrebatar, a la inevitable desintegración de lo viejo y el arrasador proceso de lo nuevo, al entrar a su tormentoso túnel y no divisar un fin esperanzador... Y continúa luego a salvo con la sorpresa del reencuentro, el espejo que escudriñó dentro de su aleph, lo mágico de la oscuridad que posee la estrechez de un abrazo a ojos cerrados, los placenteros pianos disonantes en la cercanía, la eterna gracia del “así... me encanta como estamos y ahora sentimos”, y la imagen compartida con un niño contando azulejos garabateados del paseo observándonos perplejo por unos segundos.

Entonces enmarcamos de la nada un instante y nos ponemos a contemplar el silencio originado, logrando la mayor confidencia de esa fría noche con las estrellas anaranjadas del plano a la distancia como un fondo parpadeante. Extraño es recordar, justo allí, una vieja fotografía que le espié meses atrás, el de una niñita sentada en el living de su abuela dentro de una cajita de cartón agarrada firmemente de un borde mientras muñecas, pelotas y peluches se quedan envidiosos alrededor. Y siento la agradable sorpresa que esa expresión de la niñita es la misma de la joven que me mira ahora atenta... Y también siento, como si fuese la primera vez, sus ojos pardos envolviéndome para no dejarme escapar de su infinita interioridad y memoria para el resto de su vida... y no nos quejamos más del frío...