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El destino, es el destino.

Federico salió de la sociedad con la misma expresión con la que entró, sabía lo que el médico le diría y pensó que amargarse no le daría ni un día más de vida, el doctor fue muy claro cuando le dijo que su enfermedad no tenía retorno y que le quedaba un mes de vida a lo sumo.
Quiso poner sus papeles al día, pero pensó que no tenía ni esposa ni hijos y que tampoco tenía algo a quien dejar, así que simplemente entró a un restaurante y pidió todo aquello que durante años le fue prohibido y que tanto le agradaba.
Al salir estaba contento, pensaba que debía haberlo hecho antes, las comidas que durante tanto tiempo había ingerido, eran horribles y el resultado jamás se vio.
Pensaba… ¿Qué podía hacer que no hubiera hecho antes? Y al pasar frente a un casino se dijo a si mismo que aquello era justamente lo que jamás había hecho, jugar…
Entró sin tener la menor idea de qué hacer con aquellas máquinas, sabía porque tantas veces se lo habían dicho que ganar era lo más difícil de conseguir, pero a él no le importaba ganar, total de cuentas no podía ni siquiera viajar que era lo que más le gustaba, así que se sentó frente a una máquina y apostó, al principio y siempre viendo cómo lo hacían los otros y a pesar de estar perdiendo, sintió lo que jamás había sentido, esa adrenalina que sólo siente un jugador al que no le importa perder o ganar, simplemente lo llamaba la atracción del juego.
Le quedaban algunos dólares aún y vio una máquina que parecía sonreírle, aquello le llamó la atención, un hombre regordete con cara achinada lo incitaba a apostar.
Los últimos diez dólares que le quedaban y … se produjo el milagro, de las manos de aquella figura comenzaron a salir miles de monedas que parecían no dejar de caer, las personas que estaban a su alrededor no lo podían creer, Federico había conseguido ganar el premio mayor que debido a que jamás salía significaba las apuestas de miles de jugadores.
Cuando al fin el juego se dio por terminado, la gente lo aplaudió aquello no se veía más que una vez en meses y todos festejaban por él.
Tomó el ticket cuyo valor le era casi imposible de leer y se dirigió a la caja.
La joven que lo atendió le preguntó cómo quería cobrar es dinero ganado a lo que debido a la abundante suma por supuesto no podía llevar en los bolsillos, pidió un cheque al portador.
Jamás en toda su larga vida había visto tanto dinero escrito en un papel.
Guardó el cheque y salió del casino con una sonrisa que los que lo miraban no sabían si era de alegría o de tristeza.
Federico se encontraba perdido, tenía más dinero de lo que podía gastar, no podía tomar un avión e ir a cualquier parte, aunque quisiera y comenzó a caminar hasta muy tarde de la madrugada cuando de pronto lo que vio le entristeció el corazón.
Una joven madre con su hijito de algunos meses, se acurrucaba contra la pared de un edificio en ruinas, el niño lloraba y aunque su madre le daba el pecho, aquel alimento no era más que agua debido al estado de desnutrición de la mujer.
Aquello le dolió en el alma, al principio no estaba seguro, pero el instinto humano que, aunque a veces no logremos dejarlo salir, asomó en su corazón y le dijo a la mujer que lo siguiera, que esa noche dormiría en un hotel y cenaría, aunque fuera de madrugada.
La joven ni siquiera opuso resistencia, necesitaba a aquel hombre, aunque no lo conociera, era su última esperanza, para ella y para su bebé.
Federico llevó a la madre con el bebé a un hotel y luego de conseguir alimentos le dijo que al día siguiente volvería por ella.
A la mañana siguiente, muy temprano, Federico se encontraba en el hotel, la muchacha se había bañado y aseado a su bebé cuando lo vio no sabía cómo agradecerle a lo que Federico le contestó que, con sólo ver la sonrisa de aquel niño, que ajeno a todo aquello sonreía, le bastaba.
Le preguntó el nombre a la joven que le respondió que se llamaba Aurora y su bebé Lautaro.
Pagó la cuenta del hotel y cuando Aurora pensaba que volvería a la calle se llevó la sorpresa de su vida, sin preguntar nada, Federico la llevó a una tienda donde compró ropa para ella y su hijo antes de llevarla a desayunar. Al medio día se encontraban en una casita muy cerca de la playa, Aurora no entendía nada, aquello era un milagro, no sabía ni se animaba a preguntarle a Federico por qué hacía todo eso por ellos, pero él le dijo que jamás volvería a estar en la calle, aquella casita era suya y dándole los títulos de la casa y una cuenta en el banco a su nombre le dio las gracias a lo que Aurora sin entender nada aún le preguntaba el motivo por el cual le agradecía siendo que era ella la que debía besarle las manos por todo lo que estaba sucediendo.
Federico le contó su historia y en los ojos de Aurora asomaron unas lágrimas amargas sin saber qué decir.
De esto hace más de un año, Federico, Aurora y Lautaro viven como lo que son, una familia feliz.
Federico, aunque aún no lo cree disfruta de la vida mientras Aurora cocina la comida preferida del hombre del cual se enamoró y al que su hijo llama papá.
Omenia
8/12/2024

Texto agregado el 09-12-2024, y leído por 56 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
18-12-2024 Muchas veces tus cuentos y relatos suenan tan verídicos, que muy bien se puede pensar que son sacados de la vida real. Cómo creo conocerte un poquito, me parece que más bien es tu frondosa imaginación la que los crea. Un cariño enorme!!! MujerDiosa_siempre
10-12-2024 —Más que cuento aquí leo un relato o cróniva de situaciones que nos presenta la vida y que de alguna forma enaltece la tan a mal traer condición humana, que nos muestra la actualidad. —Un abrazo. vicenterreramarquez
10-12-2024 Un relato muy tierno, Ome. Muy bien. maparo55
09-12-2024 Cuantas veces esta historia podría ser real. Tal algunas veces lo haya sido. jdp
09-12-2024 Buen final gpalm1990
 
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