Una gitana me dijo,
entre la quiromancia y la mirada,
que te encontraría lejos de aquí,
en algún viaje casual,
lejos del concreto, del día eterno,
en el ocaso de todas las esperanzas abandonadas
que tantos infiernos me hicieron visitar.
Conté a mis amigos,
entre botellas y reminiscencias,
que volvería a escuchar el canto de tu voz,
que la ceguera de aquella luz
no tenía cura alguna entre el cielo y la tierra.
El pálido sol sonrió al ver,
entre el horizonte y nuestro encuentro,
que hay misterios de la ley,
y leyes de la casualidad y causalidad,
que caen como manzanas sobre el genio
y que el "libre" albedrío no pueden detener.
Hay una respuesta,
entre la locura y la intuición,
que encontré en la intensa marea
de tu declamación reverberante,
del inquietante cruce de miradas
que apagaron la agitación del tiempo
y dejaron en mi sangre los vestigios de tu alma.
Una amante del pasado,
entre las sábanas y el fuego,
me anunció, como Gabriel, tu aparición
como mesías, como profecía,
como si la roca de culpa y desesperanza,
cargada a cuestas, a rutinas atlánticas,
sobre mi espalda magullada,
me arrastraría hacia ti, hasta este puente,
como si la cadena roja de nuestra mala suerte
fuera, al fin, sacudida por las furias,
por Saturno y todas sus agujas,
que con impaciencia aguardaban al atardecer
para estrellarnos contra los peñascos del destino.
Hay una última duda,
entre el insomnio y el alba,
que solo nuestro orgullo puede resolver.
Pero no hay hechizo o sabiduría,
Desde aquel escrito día,
que disuelva de mi pensamiento
la pisada de fuego que tu presencia
deja regada por los jardines del tiempo. |