Yo a ella la amaba,
ella a mí solo gustaba.
Pero nunca lo suficiente:
le di mi alma entusiasta,
ella su mano, tan fría.
Conversamos,
nos miramos,
nos hicimos compañía.
Ella reía en mi amistad,
yo deliraba por ella,
por cada instante,
cada centímetro de su existencia,
bella, cálida,
incandescente.
Hoy, cuando la evoco tras los años,
suspiro,
me estremezco emocionado.
Ella apenas me recuerda,
con una leve sonrisa.
Tal vez, en otro mundo,
de los tantos que habitan el infinito,
nos encontremos,
nos unamos,
perfectos.
Tal vez, en ese universo de posibilidades,
nos amemos,
con la misma vibrante emoción,
con la misma urgencia en el corazón.
Ojalá así sea...
en otro mundo. |