Sofía había escrito unos doscientos folios en lo que aspiraba a ser su primera novela. Sin embargo, no estaba convencida del todo. El manuscrito parecía carecer de vida, atrapado en una estructura que se resistía a fluir como ella imaginaba.

Decidió salir a dar una vuelta para ordenar sus ideas. El aire fresco y el movimiento siempre la ayudaban a aclarar su mente. Caminó por el parque cercano, dejando que sus pensamientos vagaran libremente, buscando inspiración en las hojas caídas y en el murmullo del viento entre las ramas.

Al regresar a su apartamento, se encontró con una escena caótica: los folios estaban dispersos por toda la habitación. La ventana que había dejado abierta permitió al viento jugar con sus palabras. No estaban numerados, y Sofía sintió una punzada de desesperación al pensar que el hilo narrativo se había perdido para siempre.

Recogió los folios con cuidado, intentando mantener la calma. Sentada en el suelo, comenzó a leer, tratando de componerlos. Para su sorpresa, la nueva disposición no solo no había perdido coherencia, sino que el resultado había producido una trama mejor. Los personajes parecían más vivos, las situaciones más vívidas y la historia fluía con una naturalidad que antes le había eludido.

Era, que ella supiera, el primer caso de literatura compuesta al alimón por una ventana, el viento y un escritor.

Decidió darle un nombre a esta versión de su novela: "Viento y Papel". Agradecida por la intervención del viento, Sofía se sumergió en los ajustes finales de su obra, con la certeza de que el azar había conspirado a su favor.

La novela fue bien recibida, y Sofía se ganó un lugar en el mundo literario. Cada vez que la gente le preguntaba por su proceso creativo, ella sonreía y les contaba la historia de cómo el viento se convirtió en su coautor más impredecible.