Muchas veces las cosas no salen bien y nos sentimos tristes, apachurrados, frustrados por ello. Así se sentía el viejo Santiago, pescador experimentado al que parecía perseguir la mala suerte, ya que llevaba muchos días sin lograr atrapar un pez grande que valiera la pena pescar. Pero no se desanimaba por completo, la experiencia que dan los años le hacía saber que tener paciencia y esperar el momento de suerte llega, tarde o temprano. Para animarlo, ahí estaba el muchacho, Manolín, el joven al que desde niño enseñó a pescar y que ahora era su apoyo. Porque entre ambos había nacido una amistad profunda, un cariño y entendimiento que no necesitaba de palabras.
Las fuerzas del viejo menguaban, el paso de los años lo habían ido debilitando físicamente, pero no su voluntad ni la fe de que todo es pasajero y que hallaría al pez por el que estaba esperando. Tenía que ser un pez grande, que le permitiera mitigar un tanto sus penurias económicas, que lo elevara un tanto en la estima de los otros pescadores y en la suya propia. Y que le permitiera en lo posible compartir con los demás esa bonanza.
Salió a pescar, esta vez no lo acompañó el muchacho, solo en su barca se adentró en el mar, quizás fuera su día de suerte y ahora sí apareciera el pez anhelado. Tenía paciencia, esperó con calma el paso de las horas, mientras reflexionaba en su vida pasada, en los años cuando era joven y tenía el vigor suficiente para cualquier tarea, su vida sencilla y pobre. El sol se dejaba caer pleno, salpicando de reflejos vivos las aguas del mar. En la espera, al viejo se le acalambró la mano izquierda, intentó estirar los dedos, pero el dolor no se lo permitió; si aparecía algún pez, qué iba a hacer con una mano engarrotada. De repente, algo picó el anzuelo, el sedal comenzó a correr como desaforado, seguro que era un pez grande. El viejo se animó, de alguna manera supo que era el pez esperado. Ahora habría que luchar con él para capturarlo de veras. La esperanza estaba ahí.
Hemingway paso a paso, con técnica premeditada y precisa, nos hace acompañar al viejo Santiago en su cacería solitaria. Vivimos las pasiones y los malestares que lo aquejan, sus dudas, sus dolores, el respeto que profesa por la vida marina, Y ahí estamos, trepados en la barca con el viejo Santiago, dispuestos a enfrentar lo que venga, no importa el hambre, el dolor físico, la falta de sueño, el cansancio, la sed; hay una voluntad inquebrantable por parte del pescador, de su necesidad física, económica, de auto estima, de mostrar que todavía tiene fuerza suficiente para la empresa empeñada.
Escrita en 1951 en Cuba, esta novela breve de Ernest Hemingway, no tiene desperdicio, su lectura deja un sabor entre dulce y amargo y el sentimiento de querer ver triunfar a Santiago, lograr sus ilusiones, demostrar que aunque viejo es un hombre que aún la vida no lo ha vencido, a pesar de los años.
Este era mi tercer intento de lectura de El viejo y el mar, muchos años atrás logré leer una página entera. La segunda ocasión, media página. Quizás entonces no era el momento adecuado de su lectura. Me alegro que esta vez sí lo fuera. Me estaba perdiendo de una magnífica novela.
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