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Cortázar y Borges se encontraron en una librería de París. Ambos buscaban el mismo libro: El jardín de los senderos que se bifurcan. Uno de ellos lo vio primero y lo tomó de la estantería, el otro se acercó y le pidió que se lo prestara.
Lo siento, pero yo lo vi primero; dijo Cortázar.
Pero yo lo escribí antes; replicó Borges.
No importa, yo lo leeré primero; insistió Cortázar.
Hagamos una apuesta, el que salga con antelación de este laberinto se queda con el libro —propuso Borges, señalando con su bastón las estanterías de la librería que parecían formar un intrincado laberinto sin salida.
Está bien, acepto el reto; concluyó Cortázar.
Los dos escritores se adentraron en la maraña de libros perdiéndose entre las páginas y los títulos, entre las metáforas y los juegos de palabras. Pasaron meses y años. Ninguno logró encontrar la salida.
El libro, un ejemplar único y firmado por el autor, quedó sobre el mostrador y terminó mezclado con los de Julio Verne.
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Texto agregado el 26-11-2024, y leído por 44
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