_Dedicado al maestro Dante_

El infierno ocurre cuando abandonamos toda esperanza,
Cuando llega el ocaso de la inocente mirada del niño,
En los brazos de su neurológica guardiana,
Que canta como ángel caído entre el caos,
El ruido y la ilusión de este accidentado sueño.

La canción del silencio, entre estas cuatro paredes,
Se escucha apenas como un susurro esquizofrénico,
Como el rebotar de la cola del león
Sobre la ardiente tierra,
Sobre las cenizas de la razón,
Que pereció por la inclemente llama de la pasión.

La ira, el rugido primordial del séptimo círculo,
Se empoza en los archivos que guardan y declaman
Las voces del destino
Y escupe sangre sobre el sendero dármico
Y enceguece el juicio que nos condena jovialmente
A rodar la piedra redonda
Entre las flores y ortigas que cantan al lado del camino.

Las dulces cadenas del apego disfrazado de corazón,
espejismos de esperanza,
También juegan entre los tornados oscuros
Arrastrando una caravana de miradas azules y ardientes.
"Ay, amor, ¿por qué me has abandonado?"
Se escucha en la voz del río Aqueronte,
Que con celosa melancolía se detiene en el pasado,
Rompiendo la ley de Heráclito y Saturno,
Para consumirse así mismo en el dulce encanto
De los besos, de las sábanas y las promesas.

¡Por allá están los fariseos esperanzadores!
Que devoran a sus hijos para evitar el imperio de los dioses,
Que se enjuagan las manos con el vino de las parras de Hera,
Que toman el cetro de oro para luchar a garrotazo limpio
Contra aquellos que cierran los ojos para poder ver,
Porque la austeridad es enemigo del mercado bajo la catedral
Y la ambición es el himno que promete una salida
A los ratones que corren en la rueda mágica
Hasta el desasosiego, hasta el vacío
Hasta llamar propósito a la desesperanza
Hasta llamar identidad a la áurea cáscara de carne
Y a la virulenta ráfaga de ideas tejidas con ansiedad
Que nos susurran los cómodos barrotes,
Los cimientos que detienen a todos aquellos
Que buscan caminar con resignación hacia el purgatorio.