Esta Página provee espacio para comentarios con el propósito de puntualizar las reacciones de los lectores y, al mismo tiempo, acrecentar la competencia de los escritores al señalarles aspectos susceptibles de mejora. En una colectividad de personas educadas, creativas y de talentos variopintos, como es el caso de los miembros de esta comunidad, esa asistencia de parte de los colegas constituye un recurso precioso difícilmente encontrado en otros ámbitos.
Lo esperado, con todo, choca con la áspera realidad; proliferan sujetos cuya prestación es el insulto y la humillación como práctica habitual de expresar su desacuerdo ante un texto que juzgan, desde su presumida atalaya de experticia, carente de méritos y calidad literaria.
Su objetivo es restar crédito a la persona insultada, menoscabando su valor y haciéndole parecer inútil, incapaz, insignificante y al nivel de un animal.
Esa actitud da un portazo al entendimiento y acaba con toda posibilidad de construir algo valedero. Insultar o ridiculizar demuestra inmadurez, falta de argumentos y en muchos casos, una acendrada disfunción cerebral o emocional. Freud lo explica: “El que insulta, humilla y denigra a los demás es un virulento minusválido cuya personalidad no cumple el formato de ser humano”
Las personas que insultan tienen una inseguridad tan grande que sienten la necesidad de vender una falsa imagen de superioridad. Son incapaces de comprender que las cosas no son únicamente como ellas las ven y que no son poseedores de una verdad absoluta.
Son irrecuperables, y en consecuencia intentar cambiarlas es improductivo. Lo mejor suele ser priorizar el propio equilibrio mental y olvidarse del asunto. Hay batallas que no vale la pena luchar.
Hace dos mil trescientos años, Diógenes lo aclaró: “No respondas a las injurias. El insulto deshonra a quien lo profiere, no a quien lo recibe”. |