Cuando por primera vez oí esa frase, pensé en mi amigo del entre-patio. Ya que podía pasar del mío al suyo sin agacharme. Pero todavía somos muy distintos en aquello del individualismo. Esa parte humana qué sólo puedes practicarla contigo y de forma única.

Hecho que produce el error capital del ser humano: creer qué cómo soy yo son los otros. Pero que no pudo evitar la brillante idea de que ‘nadie escarmienta en cabeza ajena’. Pensamiento que advierte, pero que no corrige el percance que arrastramos hasta el final.

Y él(mi amigo), aunque muy bueno, es egoísta. Y lo digo porque nunca me acompañó a lugar alguno sin que mediara algo a su favor. Lo que, porque tengo otro medidor, jamás lo pude entender. Hasta que esos pequeños detalles dieron ‘sus frutos’. Qué fueron el pensar él, qué lo mío era desear lo suyo. ¡algo totalmente falso!

Pero que como el arraigo del error puede ser muy sólido, perdí la amistad qué hoy, tanto tiempo después del tiempo, intenta asomarse desde la lejanía. ¡Y una lejanía tan enorme!

Tanta, qué sí pudiera haber algún egoísmo al decirse qué Cristo y yo somos mayoría aplastante; me quiebra creer qué tal vez mi amigo al pronunciarlo, esté pensando que el factor desequilibrante lo aporta él.