Cada mañana, el sol asomaba sus primeros rayos por la ventana, anunciando una nueva aventura para ellos. Al abrir los ojos, sentía una profunda sensación de gratitud al ver a su lado a la persona que iluminaba sus días. Despertar y saber que estaban juntos era, sin duda, una de las mayores victorias de la vida.
Sin embargo, había algo aún más especial que marcaba cada jornada: la sonrisa de ella. Esa sonrisa que tenía el poder de disolver cualquier nube y transformar los días grises en luminosos. "Esa sonrisa es mi sol particular", pensaba, mientras se quedaba embelesado observándola.
Cada día juntos se convertía en un regalo, un tesoro que atesoraba con cuidado. En la vorágine de la vida, las pequeñas victorias como esa le recordaban lo afortunado que era. El simple acto de contemplar su sonrisa era una experiencia tan hermosa que sentía que nada más importaba en ese momento. Ella, con su alegría, llenaba su mundo de luz y fuerza, brindándole la energía necesaria para enfrentar cualquier desafío.
Recordaba cada detalle de su sonrisa: cómo se formaban pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, y el leve hoyuelo en su mejilla izquierda. Esa sonrisa no solo iluminaba su rostro, sino que también iluminaba su alma, creando un cálido resplandor que podía sentir en lo más profundo de su ser.
La vida, con sus altas y bajas, se volvía más fácil de navegar sabiendo que contaba con esa sonrisa que lo esperaba al despertar. Y así, cada amanecer traía consigo una nueva victoria, una nueva oportunidad de ser feliz al lado de la persona más maravillosa del mundo.
Apreciaban juntos los pequeños momentos: las risas compartidas, los silencios cómodos, las caminatas bajo la lluvia y las tardes de domingo abrazados viendo una película. Cada uno de estos momentos se convertía en una pieza más del hermoso mosaico de su vida en común, una vida donde el amor y la alegría prevalecían.
Es el primer escrito que hice en la página, dándole nuevos toques |