La soledad, esa compañera silenciosa que a veces nos abraza con fuerza, puede ser un abismo en el que nos perdemos sin razón aparente. Nos sumerge en una agonía incierta, haciéndonos esclavos de un infierno interno. Y, sin embargo, también puede ser un espacio de introspección y crecimiento.
El amor, por otro lado, es una paradoja. Queremos olvidar a alguien, pero al mismo tiempo, nos aferramos a su recuerdo. ¿Es justo amar de nuevo mientras aún cargamos el peso de un corazón roto? ¿O deberíamos dejarlo en una capilla, como un tributo a lo que fue?
Quizás la respuesta no sea tan simple. El amor no sigue reglas lógicas; es un sentimiento que nos desborda y nos hace vulnerables. A veces, amar duele, y el olvido también. Pero en ese dolor, encontramos nuestra humanidad.
Así que, en esta encrucijada, ¿qué camino tomar? ¿Olvidar o amar? Quizás la clave está en encontrar un equilibrio: recordar con gratitud lo que fue, aprender de las heridas y permitirnos abrir el corazón nuevamente, aunque sea con cautela.
La soledad y el amor no son enemigos irreconciliables. Ambos nos enseñan algo valioso sobre nosotros mismos. Quizás, al final, la maldición no está en querer, sino en no haberlo hecho con suficiente intensidad. |