- ¿Y tú?
- …
- ¿Qué onda?
- Pues, nada.
- No puedes estar aquí.
- Si no hago nada…
- Por eso.
- Quédate quieto o te vuelo los sesos - Un tercer hombre, aparecido de repente, apuntaba con un arma la sien del oficial.
El hombre que no hacía nada, le quitaba ahora el arma al policía.
- Arrodíllate, y muerde este pañuelo. Tú, átale las manos.
Te quedarás aquí bien quieto hasta que yo te avise, y no quiero ver que te des vuelta. ¿Me entiendes?
- Mmggg, mgggg - asintió el uniformado.
Dieron la vuelta a la esquina y desaparecieron.
Decidió cumplir con lo exigido. Pensó que tenía mucho que perder si algo le pasaba.
Una hora más tarde una patrulla circulaba tomando los partes de novedades, y lo encontró así, de espaldas, arrodillado como rezándole a un santo.
Le levantaron un sumario administrativo. Había perdido el arma reglamentaria.
Una semana después, el día del cumpleaños de su hijo, la fiesta estaba preparada. Los invitados ya estaban llegando.
Ahora de civil, recibía a niños y padres, junto a su esposa.
-¡Raulito! ¡Raulito! ¡Vino Raulito!- dijo su niño al ver llegar a su mejor amigo con sus papás.
-Ehee, nunca te vi tan content…
-¿Qué pasó? - preguntó su esposa. La expresión de su rostro había cambiado abruptamente – Ni que hubieras visto un fantasma.
Optó por no contestar. Seguía mirando con odio al padre del mejor amigo de su hijo.
Beto, su niño, se impacientaba al ver que el semáforo aún no daba luz verde a los recién llegados. Quería que cruzaran la calle de una vez.
No se aguantó, y dio un salto para encontrarse con su amigo.
- ¡No, Beto, nooo!! - dijo su padre desesperado.
Un auto avanzaba a buena velocidad en la dirección del niño.
El padre de su amiguito se lanzó para abrazarlo. Rodó con él justo antes de que el auto los atropellara.
Aterrizaron del lado la de la calle en donde se organizaba la fiesta. El niño a salvo, y el benefactor, con un corte importante en la frente que ahora sangraba profusamente producto del choque de la cabeza con el paragolpes de un auto allí estacionado.
La madre de Beto lloraba por el milagro.
Su padre, reconsideraba su parecer por ese hombre al que había odiado un momento atrás.
Éste, que sabía que había sido reconocido, solo atinó a decir:
-Bueno… una de cal y una de arena.
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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 10/11/2024. |