A Julio no le bastaba escuchar María diciendo que lo amaba. Él quería verlo en sus ojos, en una situación donde no quedara la menor duda. Determinado, se dirigió al restaurant y entró. Desde el pasillo dominaba la vista del lugar. Julio la buscó con la mirada y pidió al mesero una donde a ella le fuera imposible no verlo al levantarse. Mientras bebía café, repasaba el plan, los escenarios, las palabras, en fin, todo.
María estaba con su esposo Rubén y una pareja de amigos. Con un sutil toque en el brazo de Rubén, María le indicó que era hora de retirarse. El momento de la verdad se acercaba. Julio, a diferencia de lo que imaginó, era dueño de la situación. El mesero entregó la cuenta a Rubén que la revisó y pagó. Los cuatro se levantaron, la suerte estaba echada.
María se agachó y acomodó su pantalón, Julio la observaba, sus piernas, sus manos, la piel blanca que contrastaba perfecto con su pelo negro. Algo hablaban sus amigos y ella reía. Julio cerró los ojos y respiró profundo. Se imaginó haciendo el amor con María y sonrió. Julio abrió los ojos, María estaba tomando su bolso. Levantó la mirada y se dió cuenta que Rubén lo estaba mirando. Julio lo saludó con una sonrisa moviendo la cabeza con una pequeña reverencia. María y Julio de miraron de frente. María, sorprendida, no podía pensar claramente. Pero cuando vio la determinación de Julio se calmó. Julio miró en los ojos de María la prueba que necesitaba. Rubén miró la escena, sabía que no había nada que hacer. Salió del lugar, nostálgico y feliz de ver a María amando en libertad.
A veces, el azar provoca que el amor se pause y retroceda, pero eso no detiene quien ama con necedad. Amar es un acto radical.
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