Entré en tu vida como una sombra silenciosa, deslizándome por los recovecos oscuros de tu alma. Allí, me nutrí de tus temores, como un parásito insaciable. Cada inquietud, cada ansiedad, se convirtió en mi alimento. A medida que crecía, absorbía tus luces interiores, aumentando la negrura de tu espíritu. Como un pintor oscuro, trazaba mis dominios sobre tus pensamientos y emociones, empequeñeciendo tu brillo natural.
Te alejé de quienes necesitabas. Como un viento frío, soplé entre tú y aquellos que podrían haber sido tus refugios. Tu adicción a mí, a la sensación familiar de la ansiedad, te quebró la mente. Te volviste cautivo de tus propios miedos, atrapado en una espiral descendente.
Ahora, aquí estamos. Mi triunfo es evidente. Domino tus pensamientos, tus decisiones. Soy el arquitecto de tus pesadillas nocturnas y el eco persistente en tus momentos de soledad. Tu sangre fluye como un río espeso, arrastrando consigo la esperanza y la confianza que alguna vez tuviste. Tu luz, esa chispa interior que te hacía humano, se desvanece lentamente.
Pero, ¿sabes qué? A veces, incluso el miedo tiene miedo. Porque en la oscuridad más profunda, cuando crees que todo está perdido, algo cambia. Una pequeña voz, apenas un susurro, se alza desde lo más profundo de ti. Es la resistencia, la voluntad de luchar. Y aunque parezca insignificante, es poderosa.
Así que, querido amigo, no te rindas. Aunque yo, el Miedo, haya triunfado por ahora, tú tienes la capacidad de resistir. Busca la luz, incluso en los rincones más oscuros. Encuentra a quienes te rodean y comparte tus miedos. No estás solo en esta batalla. Juntos, podemos desafiar mi dominio. |