La mano era fría, pesada sobre su cadera. Sabía que no era humana, ¡seguro que no! Era una pesadilla, eso pensó. Pero la mano no se movió, y ella no podía despertar. Intentó gritar, pero su voz estaba muda, atrapada en el sueño. Forcejeó, pero estaba paralizada. Los dedos se cerraron en su cuello, apretando con fuerza. Su visión se fue oscureciendo a medida que los dedos la ahogaban… En el último instante rompió el nudo, recordando momentos felices: los abrazos de sus hijos, los aplausos de la sociedad al llegar a la cima… y luego, la tristeza infinita, la soledad que la destrozaba incluso entre gente. Un día, una noche, y finalmente, el disparo certero. Solo así regresaba a la paz de su muerte.