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El diagnóstico

Luego de visitar a su médico, Patricio volvió muy triste a su casa, aún le faltaba hacerse algunos análisis, pero al observar a su doctor lo supo, le quedaba poco tiempo.
Sabía desde hacía mucho tiempo que su cuerpo estaba deteriorándose más de prisa que lo esperado.
No es que fuera viejo porque a los cincuenta se consideraba aún muy joven y no podía entender la causa de su enfermedad.
Ningún médico había podido explicarle cuál era su mal.
Al llegar a su casa nadie lo esperaba, nunca se había casado y quizá la misma soledad, esa que tanto le agradaba, lo estaba matando.
Al día siguiente volvió a su trabajo, su socio, otro arquitecto como él, lo andaba buscando por unos trabajos muy importantes que habían surgido.
La verdad era que Patricio era el responsable de esa sociedad, había conocido a Lautaro en la facultad y más por amistad que por creerlo muy capaz, fue que se asociaron, eran jóvenes y tenían la vida por delante.
Lautaro se había casado con una amiga de Patricio y él fue el padrino de la boda, los fines de semana se reunían en la casa de Patricio los tres y así fueron pasando los años.
Cierto día Lautaro le dijo a Patricio que lo notaba muy delgado y pálido y que creía conveniente que se hiciera un chequeo médico a lo que su amigo le contestó que la verdad era que desde hacía un tiempo no se sentía muy bien, pero que debido al trabajo nunca encontraba tiempo para hacerlo.
Así comenzó todo, debido a los fuertes dolores que sentía en todo su cuerpo pidió una cita con su médico y éste le mandó hacerse muchos análisis.
Todos parecían estar bien, aunque el médico le recetó unas vitaminas porque lo encontraba demasiado delgado.
Patricio siguió al pie de la letra las indicaciones de su médico y por un tiempo parecía que las cosas con respecto a su salud habían mejorado.
Por aquellos días tenían que comenzar un nuevo proyecto que requería de toda su atención, un shopping nuevo y el trabajo bien hecho era su prioridad.
Lautaro había mejorado mucho en su rol de arquitecto, pero Patricio sabía que muchas veces pensaban diferente y esto los enfrentaba.
Tanto los otros arquitectos y hasta los obreros sabían que, a pesar de ser socios, el que llevaba los proyectos adelante era él por lo tanto habiendo tanto dinero en juego debía prestar mucha atención sobre todo en las compras de materiales ya que un complejo como el que iban a construir no debía llevar malos materiales que con los años se notaría y su nombre estaba en juego.
Un fin de semana en casa de Lautaro habló muy claro con su socio, todo debía ser de primera.
Sabía que Lautaro muchas veces hacía las compras y no siempre elegía lo mejor, creía que debían ahorrar, aunque, pensaba Patricio, lo barato sale caro.
Y comenzaron la obra bajo la supervisión de Patricio hasta que cierto día el contador quiso hablar con él.
El hombre había empezado a revisar los libros como lo hacía siempre y notó que los gastos no coincidían desde hacía algún tiempo los números no le cerraban, al principio eran unos cientos de dólares, pero el último cierre de caja dio una faltante muy abultada de dinero y decidió ponerlo al tanto.
Patricio le dijo que lo hablaría con Lautaro ya que era el que hacía los pedidos, pensaba que quizá faltaba alguna boleta que por error no pasó a la caja.
Pero, nunca imaginó la reacción de su socio al decirle que lo estaba tratando de ladrón.
Patricio jamás puso en duda la honestidad de su socio y así se lo dijo, pero de a poco y sin poder resolver el faltante de tanto dinero, la amistad se fue apagando de a poco tanto así que ya no se reunían ni los fines de semana, hablaban lo indispensable sobre trabajo y nada más.
Al poco tiempo comenzaron otra vez los dolores en el cuerpo de Patricio y no tuvo más remedio que volver a visitar a su médico.
Debido a que cada vez se sentía peor, contrató una secretaria, ahora trabajaba en su casa casi todo el tiempo y visitaba la obra no tres veces por semana como solía hacerlo, lo había dejado encargado a Lautaro que poco a poco pasó de ser el socio casi desconocido a ser el líder del proyecto.
Irene su secretaria era una joven mujer soltera con un hijo de quince años que prometía ser un buen estudiante y al que llevaba algunas tardes cuando el muchacho tenía que estudiar debido a la gran biblioteca que tenía Patricio en su casa y con su permiso el muchacho devoraba los libros.
Irene comenzó a notar, luego de cierto tiempo que la salud de Patricio ya no era la misma y se lo dijo, habían hecho una muy buena amistad de la que Patricio si se sintiera bien hubiera cambiado por su soledad y algo más, creía estar enamorándose de la muchacha y pensaba que quizá hasta sería correspondido, pero debido a su salud sería egoísta decírselo a ella.
Por su parte Irene pensaba igual, ella también se estaba enamorando.
Cuando hubo terminado sus exámenes, el médico lo llamó y le dijo que lo lamentaba mucho, pero las noticias sobre su salud no eran buenas, que pusiera sus papeles en orden y su testamento porque sólo un milagro lo podía recuperar.
Una tarde cuando él y su secretaria estaban solos, Irene le propuso llevarlo a un médico conocido de su familia que era un ser excepcional y ella le tenía mucha fe.
Patricio pensó que perdido por perdido nada le costaba ir a verlo y ese fin de semana fueron los tres a visitar al médico amigo de Irene, su hijo fue con ellos ya que conocía el lugar y le encantaban los animales que había allí.
El médico los estaba esperando y los hizo pasar, no a un consultorio sino a la casa donde vivía con su esposa, una anciana muy agradable que les sirvió té y una torta casera que había hecho ella misma para esperarlos.
Federico se llamaba dicho médico y estaba jubilado desde hacía mucho tiempo, aunque al mirarlo nadie le daba la edad que tenía, él decía que era debido a la comida de su esposa y al campo y también a los animales que cuidaba que no le permitían envejecer.
Patricio había llevado todos los análisis para que los revisara, pero Federico sólo les dio una ojeada, conversó mucho con Patricio y le dijo que no tuviera miedo, que los métodos practicados por él no eran lo que muchos esperaban y que le agradaría que se tomara una semana para pasarla con ellos en su casa a lo que el arquitecto le contestó que eso casi sería imposible debido al shopping que estaba construyendo.
Entonces Federico le dijo muy serio que debía elegir entre su vida como arquitecto y su vida como hombre.
Patricio no entendía nada y creyó que el anciano médico no estaba en sus cabales y todo lo cordialmente que pudo se fue junto a Irene y su hijo.
En el camino Irene le entregó una hoja de papel y le dijo que no se confundiera, que el médico no estaba loco, muy por el contrario, era muy sabio.
En esa hoja había escrito el nombre de las medicinas que debía comprar, la mayoría hierbas con las que tendría que hacer varios tés y bebérselos y que volviera a la semana siguiente.
Irene notó la sonrisa de Patricio y le dijo que ella alguna vez sonrió también, pero que el tiempo le había dado la razón al anciano.
Al día siguiente como se lo había propuesto fue a trabajar, pero también a ver a su abogado, tal como su antiguo médico le aconsejó puso todos sus papeles en orden y por primera vez hizo un testamento. Luego de encargarle al abogado que los guardara, le pagó y le dejó instrucciones para cuando el ya no estuviera.
Al llegar al trabajo noto algo muy extraño, Lautaro había ido a trabajar muy temprano y la obra parecía que estaba prosperando, su socio había cambiado mucho en unos días, ya no era el mismo, debido a que Patricio iba poco a la oficina, él debía ocuparse de todo el trabajo y aunque parezca mentira, la responsabilidad le había hecho bien y hasta se tomaba muy en serio el trabajo.
Patricio no dijo nada, pero pensó que quizá Lautaro necesitaba sentirse importante para llegar a ser el buen arquitecto que se había convertido.
Ese día se reunieron y Lautaro le pidió disculpas por el enojo y le dijo que al fin los números habían cerrado perfectamente pero que había tenido que despedir a uno de los obreros, parece ser que era el encargado de traer los materiales y que poco a poco había ido robando los mismos y guardándose las boletas, pero que no se preocupara que ya había hecho la denuncia.
Al volver a su casa, Patricio encontró a Irene preparando todo lo que le había dicho Federico, el anciano médico antes de irse a su casa.
Le pidió que los tomara a lo que Patricio le contestó que lo haría sólo porque ella se lo pedía.
Con una sonrisa se despidieron.
Los remedios no eran tan feos como pensaba el arquitecto y se los tomó uno a uno en el horario indicado por el médico.
Una semana había pasado, las cosas parecían ir mejorando, ya no sentía tanto dolor en el cuerpo y a la tarde después de salir del trabajo Irene lo estaba esperando para ir a la casa de Federico.
Cuando el médico lo vio le dio la mano y le dijo, si usted me hubiera hecho caso estaría curado, pero no quiso quedarse, aunque lo notara mucho mejor.
Esta vez Patricio tomó su celular y llamó a Lautaro para decirle que durante una semana tendría que arreglárselas solo porque él no iba a ir a trabajar.
Irene le había preparado un bolso con ropa porque sabía que Patricio iba a quedarse, ya casi lo conocía tan bien como a ella misma.
Aquella fue una semana increíble, Patricio nunca pensó, luego del diagnóstico anterior que volvería a sentirse así.
Irene lo visitaba cada dos días y veía cómo día tras día mejoraba entonces le preguntó al médico qué era lo que tenía y cuál había sido el milagro que lo había salvado.
Federico le dijo que el milagro era el amor a lo que la mujer se sonrojó levemente escuchando lo que el médico le decía sobre el trabajo obsesivo, la falta de contacto con la naturaleza, pero sobre todo la soledad, eso que mucha gente busca sin saber que puede ser su peor enemiga y mientras Federico hablaba, Irene no podía apartar la vista de Patricio que le devolvía la mirada con la misma intensidad de un muchacho que conoce el amor por primera vez.
Luego de agradecer al médico Irene y Patricio volvieron a la ciudad y casi sin darse cuenta habían detenido el auto para besarse, éste era el principio del milagro que necesitaba Patricio.
Irene le contó que, siendo muy joven, se enamoró de un hombre que la quería mucho, pero su familia se opuso a que se casaran a pesar de que estaba embarazada de su hijo y que el dolor de la separación casi le hace perder al niño, los nervios le jugaron una mala pasada peor aún, al enterarse de que el padre de su hijo había tenido un accidente en el que había muerto.
Allí fue cuando conoció al médico Federico, gracias a él y a sus yuyos y al haber vivido con ellos que la cuidaban como a una hija fue que el embarazo llegó a su término de la mejor manera posible y que era debido a ese gran milagro le tenía tanta fe.
Patricio le dice que, de allí en adelante, él cuidará de ella y de su hijo al cual ya había empezado a querer como propio.

Al fin de semana siguiente Patricio va a casa de Lautaro, luego de una charla de amigos, le comunica que va a casarse Lautaro se alegra muchísimo y el principio de algo maravilloso estaba comenzando.


Omenia

Texto agregado el 05-11-2024, y leído por 22 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-11-2024 Sí, a veces tus historias tan bien escritas, parecen sacadas de la vida real. Un beso, querida Ome. MujerDiosa_siempre
06-11-2024 Una gran historia de amor, la soledad enferma, y a veces mata, leerlo fue un placer ome. Abrazo Lagunita
06-11-2024 —Un relato que a muchos lectores puede llevar a cuestionarse ellos mismos al hacer un parangón con su propia realidad dedicada al trabajo incluso en perjuicio de su salud y bienestar personal. —A mi también, tal como a tete, me gustó esta historia, que hasta se podría pensar como algo real. —Un abrazo. vicenterreramarquez
06-11-2024 Que bonita historia. Me gustó el mensaje de fe y esperanza. tete
 
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