Esperando bajo este techo improvisado, mientras las gotas de lluvia golpean con insistencia en el asfalto, me dejo llevar por la contemplación de lo que me rodea. La lluvia, a pesar de ser un inconveniente, tiene una belleza singular; cada gota parece contar una historia, una historia que se repite en diferentes estaciones del año. Me pregunto por qué llueve y vuelve a llover, por qué el ciclo de la naturaleza se repite como un eco en el tiempo.
En esos momentos, me doy cuenta de que hay un patrón en la vida. El sol sale y se oculta, los días se alargan y se acortan, y las estaciones fluctúan en un vaivén eterno. Es un recordatorio de que, a pesar de nuestra prisa por avanzar, el tiempo no se apura. Nos encontramos con viejos amigos que no hemos visto en años, quizás por la simple y absurda razón de que los relojes son redondos, marcando un ciclo que se repite indefinidamente.
El tiempo, ese concepto caprichoso, a veces se arrastra como un tortuga cuando deseamos que corra, y en otras ocasiones, se desplaza a la velocidad de un rayo cuando anhelamos que se detenga. Nos encontramos atrapados en un juego de expectativas, esperando que el tiempo se ajuste a nuestros deseos. Pero, al final, el tiempo sigue su propio camino, tan redondo y perfecto como un círculo bien dibujado.
A medida que la lluvia comienza a amainar, me doy cuenta de que tal vez ese es el propósito de la vida. Aprender a apreciar cada instante, cada reencuentro, cada ciclo. Porque la vida, al igual que la lluvia, necesita su tiempo para caer, para nutrir la tierra, para dar lugar a nuevas flores que brotarán en primavera. El tiempo, con todos sus giros y vueltas, no es más que una invitación a vivir plenamente, a abrazar cada emoción, cada rayo de sol y cada momento de oscuridad.
Así, bajo este techo improvisado, mientras el último susurro de la tormenta se disipa, comprendo que la belleza de la vida reside precisamente en su circularidad. Esperar a que deje de llover es solo una parte del viaje; el verdadero regalo está en aprender a bailar bajo la lluvia, en recordar que después de cada tormenta siempre vuelve el sol, y que en cada estación, en cada reencuentro, hay una lección que aprender. La vida es un ciclo, y somos nosotros quienes tenemos el poder de dar forma a nuestra propia historia, haciendo que cada vuelta del reloj, cada ciclo del tiempo, sea una celebración de lo que somos y de lo que aún podemos ser. |