Era la primera vez que exponíamos. Habíamos hecho las cosas bien, quemando etapa por etapa. Con Santiago estábamos contentos porque era un sueño hecho realidad. Mis acuarelas y sus acrílicos en una misma sala era una locura de espectáculo. Habíamos empezado juntos la carrera de Bellas Artes y ahora nos tocaba exponer nuestras primeras obras en una galería importante de Buenos Aires.
A mí me habían encargado un desnudo (cosa que no había hecho nunca) y a Santiago un paisaje rústico. Cuando puse manos a la obra, me di cuenta que necesitaba la ayuda de algún profesor para conseguir un modelo vivo. Yo más o menos una idea tenía de lo que quería hacer, pero la ayuda de un profesor no me venía nada mal. Entonces le pregunté al profesor Benítez dónde podía conseguir un modelo para pintar mi desnudo.
El profesor Benítez me dio una tarjeta donde había el nombre de una mujer: Jésica Mercado. Era la modelo vivo que yo andaba necesitando. Me puse en contacto con ella inmediatamente. Le mandé un mensaje de whatsapp, que me respondió a los pocos minutos. Después hicimos una llamada de voz para arreglar el día y la hora del encuentro.
Me gustó la voz de Jésica. Yo soy así. Juzgo demasiado rápido a las personas por la primera impresión que me da su voz. En el caso de Jésica me sucedió justamente eso. De inmediato me cayó bien. Hasta pude imaginármela como una chica de mediana estatura, delgada, de pelo castaño oscuro y carácter dócil.
Cuando la conocí, me dolió un poco el hecho de que ella no fuera como yo la había imaginado, salvo en el carácter dócil. Pero bueno, igualmente me pareció la chica indicada para hacer un desnudo.
A pesar de todo eso, Jésica empezó a gustarme desde el primer momento. Tal vez por eso estaba nervioso ante la posibilidad cierta de verla desnuda. Cuando la vi sin ropa, lista para posar, por primera vez me tembló el pulso. No sabía cómo hacer para disimular que me gustaba. Creo que pinté sobre el lienzo con toda la pasión de la que pude ser capaz. Mis acuarelas combinaban unas con otras, y cada trazo se enlazaba con el siguiente para dar forma a las curvas del cuerpo hermoso y armonioso de Jésica.
Faltaba una semana para que abriera la exposición. Santiago ya tenía casi listo su paisaje rústico en acrílico, mientras que a mí me faltaban hacer algunos retoques al desnudo de Jésica. Estaba satisfecho, salvo por el color de su pelo en el lienzo. No sé, por alguna razón quise que fuera el mismo que yo había imaginado por medio de su voz, en aquella primera vez que había hablado con ella.
Fue como una frustración, o una piedrita en el zapato. Porque al final decidí ser fiel al color auténtico del pelo de Jésica. Negro. Y lo mismo decidí hacer con sus kilitos de más, tal como Jésica era en la vida real, y no como yo la había imaginado por medio de su voz.
No recuerdo exactamente cómo ocurrió, pero de alguna manera le di a entender a que me gustaba. Me gustaba por su voz y su presencia. Le dije también que desde un primer momento la había imaginado delgada, y de pelo castaño oscuro, a lo que Jésica sonrió porque era la primera vez que le decían algo así. Le confesé también que había estado a punto de pintarla tal cual yo la había imaginado pero que finalmente decidí ser fiel a la realidad, su realidad.
A tan solo dos días del comienzo de la exposición nos pusimos de novios. Yo estaba feliz de poder estar con una chica a la que consideraba tan especial.
Cuando llegó el día de la exposición, Jésica estaba hermosa. Paseamos de la mano por toda la galería hasta encontrar su desnudo. Tal vez fuera casualidad o un designio del destino, mi amigo Santiago había encontrado el desnudo antes que nosotros. Cuando lo saludé y él se dio vuelta para saludarnos, vio a Jésica tomada de mi mano. La observó detenidamente y después volvió la vista nuevamente hacia el desnudo. Entonces Jésica bajó la mirada. Y yo me quedé sorprendido de que Santiago volviera a mirarla fijamente, como si yo no existiera.
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