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Inicio / Cuenteros Locales / ValentinoHND / El festín de Hernán Cortés - 1. El aterrizaje

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1. El aterrizaje


Cerca ya de aterrizar en tierras españolas, Laszlo Navarro despertó con un fortísimo dolor de espaldas, tras una siesta corta pero tumultuosa. Aún no se había dado cuenta de que se retorcía como una lamprea en la rigidez de su asiento, cuando escuchó la voz de una joven que le preguntaba:

—¿Está usted bien, señor? ¿Puedo ayudarlo?

Le agitaba levemente de los hombros, sorprendida y en espera de una pronta respuesta; todavía tardó Laszlo en recuperarse unos segundos, solo para contestarle con una metralla de palabras inconexas que atenuaban los efectos inoportunos de su dolor. Claramente inhibido —¡Oh no! ¡Por Dios, otra vez no!—, se disculpó ante la mirada sentenciosa de la azafata, que, también avergonzada, alcanzó a suspirar del desencanto. ¡Pobre muchacho!, creyó haber leído en aquellos ojos nilóticos —vaya poeta— acertadamente delineados. ¡Muy guapo, pero parece un tipo difícil! Al momento le pidió que se ajustase el cinturón y mantuviese la compostura. Acaso le juzgaba mal, pensó Laszlo. El verdadero culpable de aquella jornada no había sido otro que sus ensoñaciones; empeoraban cada día más, castigándole, a modo de trola, en la voz de su padre, con dolores anticipados que lo inculpaban de ser un hijo desleal y hombre de poco talento. O eso creía.

«¡Mira cuánta belleza hay a tu alrededor!», escuchaba en los sueños y en medio de paisajes surrealistas. «La tierra, el viento, el sol, y esa sensación de asombro que te supera. Pero tú nunca serás capaz de apreciarla ni de plasmarla en tu vida, porque te dejas llevar por lo evidente y no por lo que yace en lo escondido. Una sanción justa por tu mediocridad y falta de perfeccionismo. No eres riguroso, sino superficial y alborotador. Te hundes en un océano de viles excusas y vagancia...».

Entonces despertaba fustigado por la virulencia de los espasmos que le venían fastidiando con saña desde hacía meses, quizá años, si se sinceraba. Ahora que lo recordaba, al principio, solían aparecérsele durante las noches de mayor clímax, cuando el desvelo se cebaba con torturarlo, y, sin embargo, últimamente le atacaban a la mínima que se le ocurriese pegar un ojo. Las vivía de un modo particular, entre despierto y dormido, comenzando siempre con una especie de traslado hacia un filme ranchero de los años cincuenta, como si estuviese actuando en una película de Pedro Páramo.

En él, se encontraba de pie en medio de un añojal árido con la ropa arrancada, quejándose de la radiación de un sol enardecido y un viento silbante que le apaleaba el rostro y le ensordecía los oídos. Había ausencia de colores en todo ese universo. A la par de unos arbustos, sabía que su padre estaría esperándole para recitarle duramente aquellas palabras sobre su mediocridad de hombre corriente, mientras ocultaba la cara en el tejido de un sombrero de junco; pero Laszlo lograba apreciar su estampa de hombre superior que pisaba un montículo de piedra. Había luego un cambio de cámaras; desde una perspectiva forzada, le veía crecer exponencialmente con la imponencia de esos señores dinásticos que están esculpidos en las estelas mayas y correr a través de la llanura, para regresar y verle limpia y fijamente a los ojos. Laszlo experimentaba un hormigueo en las piernas y hallaba que pequeñas olas de agua, cuyas crestas subían y bajaban, comenzaban a ahogarlo. Antes de verse anegado, Laszlo lanzaba una mirada de ayuda a la figura, que, en cambio, se le abalanzaba, cayéndole encima. Eso era todo. Pero se repetían con puntualidad cada noche, enfermándole, al punto de dejarlo exhausto e indefenso. Laszlo estaba convencido ya de que era hipocondríaco.

«¡Me lleva la que me trajo!», exclamó, encogido en el asiento, escondiendo su pena. «¡Entre el ruido persistente, el dolor en la columna y las pesadillas, siento que me pierdo!».

Echándose un calmante a la boca, inerte por la progresión de sus dudas, dejó que el avión aterrizara suavemente en el aeropuerto de Barajas.


--Continuará--

Texto agregado el 23-10-2024, y leído por 482 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
28-10-2024 El cuento empieza muy bien. Tiene buena trama y se percibe el trauma que padece el personaje, lo que evidencia un desarrollo de la historia inesperado. Te recomiendo cambiar: "Le agitaba levemente de los hombros, sorprendida y en espera de una pronta respuesta", por "Sorprendida le agitaba levemente de los hombros y en espera de una pronta respuesta". Un abrazo azariel
 
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