“Por favor, perdóname”, me dijo secándose una lágrima. Una de muchas que corrían por su rostro. Pero la verdad es que no necesitaba perdón. Creía que me estaba haciendo daño, cuando esto es exactamente lo que yo quería. Abrazarlo lo consolaba y me permitía esconder mi cara de alivio y despreocupación. Mi mirada fría lo hubiese asustado. Con el tiempo he aprendido a fingir. Esa expresión de superioridad, poder e insensibilidad ha sido mi escudo durante años. Pero a él no. Me quería mucho como para hacer "eso que suelo hacer". “Es por cosas como éstas que me siento bestia...”, repetía, y yo pensaba en lo equivocado que estaba. Yo también me sentía bestia. A diferencia de él, yo tenía razón. Era como si el destino me estuviese tratando de hacer pagar por mis actos, pero sin éxito. No siento nada. Mientras él llora en mi pecho, yo, con la vista perdida y los ojos opacos, pienso en cómo me averguenza ser despachada. Me pregunto en qué momento me volví tan ajena a querer. Siempre fui algo distante con la gente, pero esto se siente como un extremo. Quizás esta es la manera de devolverme la mano. No me duele, no siento. Me deja, y lo tomo como algo positivo. ¿Lo quise? ¿Será este mi castigo? “No querer más”, no me suena a malo, de hecho todo sería más fácil así... A lo mejor significa que estaré sola para siempre. ¿Mejor? ¿Dije a lo “mejor”? Ya empezó. Sola, estaré sola. Así no me hacen daño y no le hago daño a nadie. |