El viento y el tiempo, nos arrebató las dos mil estrellas, brillantes, contadas, que la vida trajo.
El mensaje hondo, de un mundo sin fin.
El lazo resbaladizo que nos une.
La eternidad que no se marcha, porque quiere quedarse.
Y cómo apesta cuando se marcha, me dijeron.
La vida compartida hermosa, nublada estuvo de momentos confusos, con mareas desatadas, de huracanes y neblinas, con lluvias, maremotos, remolinos, que me ahogaron.
Durante varias mañanas pude ver el sol salir, el arco iris brillar.
El barco navegar, y la gaviota volar.
Pero de un sueño no me quise despertar.
Y Viajé acompañada de serpientes oceánicas y delfines, y peces, y sirenas de mar.
Ahora en la isla habitan dos nativos solos. Ellos, los de cintura y espalda angosta y espíritu elevado. De cabeza ancha, de corazón fatigado.
Hoy, después de un sueño profundo, de meses, de años atrás, desperté.
Con ganas de extender las alas de esperanza que la vida regala.
Y el tiempo me hizo atravesar el otro lado de la orilla,
con piedras, lodo, sol,
plantas, animales,
mar, pero sin brisa, ni rocío, ni nostalgia.
Por eso el aire no me oxigena el pecho y mi cuerpo, desgastado, cubierto de heridas, de polvo y ceniza, me pesa.
Clavándome tus recuerdos, en los dos hincones del corazón ahuecado, en el estómago, en el vientre, en el hígado. En todo mi cuerpo. Flajelada quedé, y humanamente destrozada vivi de cerca el dolor de un adiós para siempre.
Postrada estoy, desanimada, desprendida, alejada, desprotegida, descontrolada, no lo sé. Por tu amor que se extinguió, por tu irremediable presencia que no caló. Desinhibida, desarticulada, desenmarañada, y quisiera volver a nacer. Desenredarme, desapegarme, desengancharme, desinteresarme, pero menos, destruirme.
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