Un momento de soledad, de repente un dios,
que pone sus manos en mi mente,
tengo ganas de hablar, de sentir el intercambio,
pero esas manos no se han detenido,
y ahora están en mis oscuridades...
de repente el miedo, de repente el otoño,
si pudiese sentir tus palabras más simples...
ese dios no sabe detener sus manos,
y trae piedras hasta mi, con musgo húmedo,
quisiera que me provocara rechazo,
que me permitiera usar su fuerza,
ese dios nunca ha sido mi amigo,
pero ahora recuerdo uno de tus besos,
quizá consiga dominar sus manos,
y llevarlas hasta la distancia que nos separa,
porque admito que deseo estrangularla,
ese dios ya no tiene manos,
mi soledad ha logrado ser pura y dócil,
ningún dios osará tocarme,
porque mi mente conoce el verdadero paraiso,
y esas manos se han vuelto agua,
el miedo se ahoga en ella,
la esperanza logra sobrevivir,
mis deseos ya sabían nadar...
antes de recordar aquel abrazo tuyo,
el mejor por su luz, el único ahora,
y mis oscuridades solo eran una forma de extrañarte,
ese dios ya sabe que está muerto,
y nuestro idéntico deseo... ha sido su asesino.