Es verdad, me gusta alguien a quien apenas conozco. Lo confieso. En mis pensamientos, ella aparece como un destello que ilumina mi rutina monótona. La idea de compartir un café con ella me hace soñar. Imagino las risas, la complicidad en cada palabra, el calor de un momento que podría ser perfecto. Pero, ¿realmente sería así?

Esa fantasía se mezcla con un deseo más profundo: me gustaría darle un beso. Una caricia suave que rompa las barreras del desconocimiento. ¿Por qué ocultarlo? Los sentimientos son como olas que buscan romperse en la orilla, y yo estoy aquí, conteniéndolos. Pero el anhelo va más allá. A veces, las noches me invitan a fantasear sobre lo que sería revolcarme con ella en la cama, explorando no solo su cuerpo, sino también su esencia. Es una idea seductora, ¿no?

Sin embargo, después de cada pensamiento vertiginoso, me miro al espejo y surge la pregunta: ¿seré su fenotipo? Me cuestiono si cumplo con la imagen ideal que ella podría tener en su mente. ¿Soy suficiente, interesante, atractivo? En este juego de inseguridades, la comparación se convierte en un adversario. Pero, ¿debería dejar que eso me detenga?

No tengo nada que perder, así que lanzo una llamada a la aventura. Quiero dejar de ser solo el espectador de mis propios deseos. Quizá, solo quizá, la vida tiene preparadas sorpresas que aún no he imaginado. El amor, ese rompecabezas complejo, está al alcance de la mano, y es hora de que deje de dudar.

Así que, con sinceridad, me pregunto: ¿por qué no?