Quizá por llevar ahora una vida más apacible, me decanto por ver lo que encierra matar un insecto. Aunque en verdad fue que intenté hacerlo diez veces sin el resultado buscado. Pero usé una revista no tan gruesa y doblada en dos. Y en los cinco últimos intentos aumenté en exceso el impulso que le daba a mi brazo derecho. Quedándome claro que su huida era perpendicular con la llegada de mi libreta.

Entonces descarté el entrar a Google en busca de la explicación de lo que estaba pasando. Pero confieso que fue una forma de sacudirme el óxido cerebral. Y el primer resultado de mi cambio de acción fue comprobar que la velocidad de mi mano era muy inferior al despegue de la mosca. Y también pensé en que su visión podría ser superior a la mía. Qué, por supuesto, tiene un radio de acción de trecientos sesenta grados.

Por lo que cambié el libro por un matamoscas que dormía en una gaveta de mi cocina. Instrumento diez veces menor que la revista. Y el insecto volador volvió a donde le gustaba estar. ¡Lugar donde quedó inmóvil para siempre! Por lo que tuve qué rehacer mi cálculo. Qué, esta vez me dio que ella(la mosca), en vez de usar sus ojos como defensa, escapaba hacia de donde no sentía llegar el viento. Y que lo hacía con una precisa y fría convención que pasmaría a cualquiera.

Y llegado a este punto, rechazo el uso dado a la siguiente frase: ¡ Ese tipo no mata ni una mosca! ¿Cómo sí fuera tan fácil?