En enero de 2006, uno de esos profesionales, un terapeuta psicosocial, recibió en su consulta a una de sus pacientes. La mujer explicó que había soñado, en repetidas ocasiones, con un extraño. Un hombre calvo, de cejas muy gruesas y labios extremadamente finos. Mientras ella describía al aparecido, el psiquiatra dibujaba el retrato de ese sujeto. Sin embargo, en otras entrevistas, pacientes distintos, dijeron haber advertido, también en sueños, al mismo hombre. Eso hizo que quisiera saber más. Realizó copias de su dibujo, lo distribuyó entre otros compañeros y, al cabo, se enteró de que, contando las prácticas notificadas y puestas en común, dos mil personas habían soñado con el mismo varón calvo. Como fuere, los avistamientos, por así decirlo, admitían diversas situaciones. Hubo quien lo incluía en sucesos relacionados con fingirse Papá Noel. No faltaron casos de romanticismo y sexo. Alguno consistió en hacer referencia a demostraciones sobrenaturales, propias de héroes de película, y estaba, también, el corredor. Quien contó este sueño dijo asistir a los términos de una apuesta. Eran cuatro los presentes, lo sabía porque escuchaba sus voces y, aunque era así, ante sus ojos interiores, solo podía distinguir al calvo. Se jugaban una gran cantidad de dinero a que el hombre de los labios finísimos no cubriría corriendo, la distancia existente entre su granja y la granja de uno de los otros. Al parecer, algo así como diez kilómetros. Entonces, el hombre de las cejas pobladas se puso a correr y los otros lo seguían a caballo a una prudente distancia. La persona que soñaba todo esto, dijo saber de los caballos porque escuchaba su paso y el sonido propio de las respiraciones y resoplidos animales. A veces, quienes iban tras el corredor daban voces animándolo, pero, como veían que no iba a ceder, comenzaron a insultarle. Cada vez estaba más cerca de conseguir su objetivo. Corría y corría, los otros chillaban desesperados, más, al llegar a las inmediaciones de su meta, tambaleante, se desvió del camino, hasta chocar contra una acacia. El golpe fue tremendo. Sin embargo, desapareció. Tras el choque, se esfumó, se volatilizó. Entonces pudo ver a los tres jinetes, de espaldas... Lo chocante es que este relato coincidía, en parte, con una leyenda, referida a una zona rural en la que había una granja, con una pequeña arboleda a la entrada, no muy lejos de la casa del facultativo que atendió al paciente que refirió su sueño. La leyenda proponía la existencia de una criatura con algunos rasgos faciales muy perfilados, capaz de surgir inesperadamente de cualquier lugar en esa zona, pues se supone que allí perdió la vida, rugiendo a la vez que exigía recompensas inaplazablemente. Y, un día, este profesional de la medicina, regresando tarde de una fiesta, acertó a pasar por allí. Concretamente, un día treinta y uno de octubre. Fue cuando vio a un hombre calvo, con cejas muy pobladas, y labios finísimos, salir del tronco de uno de esos árboles reclamando a voces su dinero...
- Mi dinero, mi dinero, mi dinero... |