Caminaba entre los destellos de las luces de neón y el murmullo de la vida nocturna. Sus pasos eran inseguros, su mente nublada por el alcohol que había consumido. Se disculpaba consigo mismo por cada cerveza perdida en el camino, por cada momento de distracción.
La sensación de malestar en su estómago lo hizo detenerse de repente, notando con sorpresa que había vomitado en sus zapatos. La nausea y el mareo le recordaron que no estaba en pleno control de sus sentidos. Miró hacia abajo y vio sus agujetas desatadas, dos nudos sin lazos que amenazaban con hacerlo tropezar en cualquier momento.
De repente, un destello de lucidez lo sacudió cuando se dio cuenta de que la persona especial a la que había estado siguiendo toda la noche se alejaba con otro. Sin pensarlo, comenzó a correr hacia ella, sorteando las cuerdas empapadas en ácido que se interponían en su camino. Se vio obligado a elegir entre dos direcciones, y sin dudarlo tomó la derecha, lamentando no haber optado por la siniestra como solía hacer.
El hombre continuó corriendo a través de las sombras y las luces intermitentes, persiguiendo a la figura que se alejaba cada vez más. El sudor frío recorría su espalda mientras el tiempo parecía ralentizarse a su alrededor. Finalmente, llegó a un callejón sin salida, donde se detuvo jadeante y extenuado.
Con la cabeza gacha, sintió la derrota pesando sobre sus hombros. En ese momento, una mano suave se posó en su hombro, y al levantar la vista, se encontró con la mirada compasiva de una desconocida que le ofrecía una sonrisa amable. Sin decir una palabra, ella le tendió la mano y lo ayudó a levantarse, guiándolo hacia la salida del callejón. |