A mí me enseñaron que todo tiene su propio sitio,
un lugar en que todo está ordenado, tan correcto,
en el espacio que ordena nuestra vida inalterable,
mundo en el que cada uno de los detalles cuenta.
Una razón que no se debate porque es solo así;
un detalle puede desestructurar toda lógica cabal,
todo lo que es así y no puede ser de otra manera,
todas las maneras, todas las buenas costumbres.
Yo creía que eras mía y tú creías que yo era tuyo,
pero ahora todos los posesivos entraron en crisis,
en una razonable e insensata falta de propiedad,
el amor se reveló como una enajenación absurda.
Perdidos en esa verdad en la que queríamos creer,
en una razonable esperanza en que todo pasará,
solo los dos éramos capaces de aceptar la rutina,
en ese día al que seguía otro y otro sin más alternativa.
Nuestro sueño despierto nunca nos dejó acordar,
acomodados en la mutua palmada, la mano amiga,
en una serena catártica penitencia autoimpuesta,
una paz acordada, en ese armisticio necesario
que deja cada cosa en su sitio y nunca se discute.
JIJCL, 29 de septiembre de 2024.
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