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Van a matar a mis padres. Por eso les pedí que me llevaran al shopping, para hacerlos salir. Me acuesto en el asiento de atrás del auto. Si pasan tirando un rafagazo de ametralladora no me tocarán. Hacemos unas cuadras por San Martín, después agarramos por Avellaneda, en cualquier momento escucharé la moto acercarse y después lo tiros. Yo no sé qué voy a hacer. Fingir que lloro tal vez. Estamos dejando Avellaneda atrás y doblamos por Pellegrini, todavía no se escucha la moto. A lo mejor este no es el momento. Me incorporo y miro por la ventanilla. Si me ven ahí sentado no van a disparar. Veo a uno de ellos, es una mujer, está en la parada del colectivo y alcanzo a ver el tatuaje de la rosa en su antebrazo. No, No, me hace con el dedo. No, no, no los van a matar ahora.
Llegamos al shopping.
Después me vuelvo solo, les digo a mis padres.
Me paro frente a las puertas de vidrio y se abren. En los shoppings todo es majestuoso, brillante, caro, me gusta venir a pegar vueltas y a comunicarme con ellos. Es como un juego, los detecto y me guían. Ahí hay uno. El guardia de seguridad. Tiene el tatuaje de la rosa en el cuello. Hace un gesto con la mano. Me indica por dónde seguir. Sigo por el pasillo más ancho del lugar. Una mujer me ofrece una tirita de papel con un perfume. Ella tiene una pequeña rosa tatuada en el dorso de la mano. Huelo la tirita. Asco. Me da una arcada. El olor es a carne podrida. Me doy vuelta a mirar a la mujer. Se da dos golpecitos en el puño en el corazón. Te queremos, eso significa. El olor a muerto de mis padres. Así olerán dentro de unas horas. Camino por el corredor y miro para todos lados, no están, por acá no están, siento taquicardia, sudor en las manos, no están, sigo caminando, apuro el paso. Ahí hay una, lleva el tatuaje de la rosa en el cuello también. Hace un gesto apenas perceptible con el dedo. Bien. Debo tomar el otro corredor, hay un negocio de skates, uno de vestidos, una juguetería, la librería. Un niño pasa corriendo, lleva el tatuaje en la nuca. Se mete en la librería. Ahí es donde debo entrar.
Entro en la librería, camino entre los libros en muestra, me detengo frente a uno, habla de la crianza de niños. En eso un hombre se para al lado mío. Agarra un libro, no sé cuál, se pone a hojearlo.
Hicieron lo mejor que pudieron, me dice.
Los odio, digo.
Pensá de dónde vinieron, dice.
Los odio.
Nosotros nos ocuparemos de ellos.
Veo la rosa tatuada en su muñeca.
Que sea pronto, le digo.
Hace un movimiento con el brazo, me está indicando que me vaya, Salgo de la librería.
Tengo miles de recuerdos dolorosos.
Camino por el shopping. La gente me señala el camino. Todos tienen el tatuaje de la rosa. Salgo al patio. Un dedo señala los bancos. Me siento.
Una mujer de traje, como si fuera una azafata, se sienta al lado mío, tiene el tatuaje de la rosa en el cuello.
Cuando mis padres murieron me di cuenta cuánto los necesitaba.
No es mi caso, dije. Deseo que mueran.
Mi padre solía llevarme al cine. Mirábamos películas italianas.
Mi padre no.
Mi madre cocinaba tarta de manzanas.
Deben morir.
La mujer se levanta y me indica el patio de comidas.
Camino hacia el patio de comidas, miro de un lado a otro buscando nuevas señales. Un guardia de seguridad, hace una seña con el mentón, que entre al patio de comidas, eso me indica, dudo, no alcanzo a ver el tatuaje, pero sí, lo tiene, es pequeño, junto a la oreja, casi en la nuca. Mc Donald´s, Burguer King, Billy Lomito, Kentucky Fried Chicken, Mostaza. Miro, miro, observo, necesito que me guíen pero parece que no lo van a hacer, camino entre las mesas, me siento perdido, sigo caminando. Pasa una nena corriendo junto a mí.
Nos ocuparemos de ellos, de ellos, de ellos, canta la nena.
Avanzo por instinto hacia Burguer King. Gracias a Dios. La cajera tiene el tatuaje en la muñeca.
Lo que quiera para usted, dice. Pido una hamburguesa whopper gigante con lechuga y tomate. La chica me dice que no, pero la pago igual. Nunca me ha faltado la plata. Tantas otras cosas sí. Ellos se ocuparan de mis padres. Son una fraternidad perfecta, la rosa tatuada, hacen justicia. Un día vi una mujer corriendo en el parque que llevaba el tatuaje en la pantorrilla. Me hice un gesto con el dedo pulgar, está todo bien, está todo bien, eso me indicó. Así fue que los descubrí. El resto fue seguir buscándolos. Dejarme guiar. Van a matar a mis padres.
Me siento en un mesa. Se acerca una moza.
Acá no, me dice. Lleva el tatuaje en el dedo medio. Me indica los baños.
Camino hacia los baños.
Ahí adentro dice el guardia de seguridad en la puerta que tiene el tatuaje inmenso en el dorso de la muñeca.
Entro en uno de los habitáculos. Bajo la tapa del inodoro. Me siento. Le saco el envoltorio a la hamburguesa y le doy un mordisco. Está riquísima. Mastico. Doy otro mordisco. Me limpio la boca con un poco de papel higiénico. Se escucha tirar la cadena en otro de los inodoros. Ya está, dice alguien. ¡Ya está!, pienso. Tiro el resto de hamburguesa en el inodoro. Aprieto el botón. Me acomodo el pelo, la remera, me ato los cordones de las zapatillas. Abro la puerta y salgo triunfante. Ya han matado a mis padres.

Texto agregado el 28-09-2024, y leído por 76 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
28-09-2024 Imagino a un niño que fábula cierta clase de justicia hacia unos padres que lo desatienden mucho. Me gustó. Marcelo_Arrizabalaga
 
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