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Marcelo llegó pasada la media noche. Entró a la casa y vio una sombra pequeña aproximarse. Era Buster, el finísimo labrador que tenían para adornar la casa.
— ¿Cómo la has pasado hoy? Espero que mejor que yo —susurró mientras acaricaba al perro
Se levantó luego de rascarle la pancita al can. Siguió caminando silencioso para no levantar a nadie. Tras dar unos pasos se detuvo y observó cómo su fiel compañero lo seguía.
— Aunque en realidad no la pasé tan mal Buster —se recostó en la alfombra dejando que su amigo se enrollase alrededor de su barriga —. Hoy, por fin, tuve una conversación seria con ella. Tú sabes de quien te hablo…No te hagas el sonso.
Miró a los ojos del animal fijamente, parecía como si éste lo estuviera comprendiendo. Daba la impresión que quería responderle, decirle algo, pero por razones de la naturaleza no podía.
— ¡Ay amigo! Pude hablarle de mis sentimientos, de mis problemas y ella también me habló de los suyos. De todo aquel mundo que la atosigaba y que prácticamente la obliga a ser lo que es hoy.
Observó cómo Buster poco a poco se quedaba dormido, sus ojos luchaban contra el sueño y las caricias que su amo le hacía. No soportó más de tres minutos y cayó en un profundo sueño.
—Me gustaría que duerma a mi lado, de la forma que tú lo haces. Tranquila y hermosa como ella sola. No quiero que sea de nadie más, pero qué puedo hacer. Quiero protegerla, cuidarla, deseo que me espere ella al llegar a casa, así como tú lo haces.
Con el sumo cuidado de no despertar al perro, se puso de pie y comenzó a subir las escaleras. Pasada la sala de estar llegó a la puerta de su dormitorio. Se detuve en frente por unos instantes.
—Espero que esté dormida — se dijo a sí mismo —. Que se haya tomado un par de xanax, o algo para que no me sienta entrar.
Se sacó los zapatos antes de ingresar a la habitación. Los cargó en la mano y de puntillas empezó a entrar. De frente se dirigió al walking closet y se puso el piyama. Salió del pequeño cuartito y divisó en la cama un fardo. Ella estaba plenamente dormida, con la mascarilla de todas las noches recostada hacia un lado.
— ¡Gracias a Dios! —pensó aliviado— ¿Qué rídicula excusa le daría ahora? Bueno aunque tampoco le importe mucho, pero igual tiene la maldita costumbre de preguntar dónde he estado.
Destendió su lado de la cama y paulatinamente empezó a recostarse. Aun así no podía evitar que los resortes del colchón sonaran.
—¡Caramba! Ahorita la levantó con este colchón de porquería —pensó muy preocupado— No quiero verla, aunque ella no sospeche, ya no tengo cara para mentirle más.
Con alivio, logró recostar su cabeza sobre la almohada. Tomó esa posición fetal dándole la espalda a su esposa y cerró los ojos diciéndose:
—Creo en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…
Humedecía la funda de la almohada mientras rezaba. Era un cuadro aterrador ver a aquellos individuos que lo único que compartían era una cama en vez de una vida juntos.

Texto agregado el 12-10-2004, y leído por 230 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-06-2005 Me siento triste sin saber por qué. manequi
14-12-2004 Una narrativa muy amena y delicada, con una sencillez que vislumbra belleza. buen texto y estilo. zergio
12-10-2004 Bueno, bueno. me gustó el final...ese creo en dios padre todopoderoso...además el cuento está redondito..no le falto ni le sobro nada. Dos saludos y 5 estrellas. mirlo
 
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