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Había una vez…

Los cuentos, quizá siempre deberían empezar así, porque es cierto, siempre había una vez para todo y terminarlos con aquello de colorín colorado…
Esta vez era algo muy simple, un paisaje formado por un río, un puente, un atardecer hermoso y unas vacaciones muy lejos del país natal.
Aquello estaba siendo apreciado por un grupo de jóvenes universitarios que justamente una semana antes se habían recibido de doctores y doctoras.
Muchachos y muchachas que antes de comenzar su tarea que les llevaría toda la vida, querían disfrutar de las maravillas del mundo, para la mayoría esa era la primera vez que dejaban sus hogares y para ellos todo era hermoso.
La carrera que habían elegido era muy dura, eso lo sabían, lidiar con el sufrimiento de la gente no es fácil y ni que decir cuando los pacientes eran niños.
Cada uno había elegido una capacitación especial, pero todos dispuesto a ayudar porque de lo contrario, ¿para qué ser médicos? Un mes entero viajarían por el mundo, para lo cual habían hecho rifas con donaciones y kermeses y hasta habían vendido huevos en la calle para juntar el dinero suficiente para una docena de jóvenes que de otra manera les hubiera sido imposible viajar.
Cada país, cada ciudad y pueblo era nuevo y lo aprovechaban al máximo hasta que un accidente los dejó atrapados en un pueblo de gente muy humilde que los recibió con alegría a pesar de no conocer ni siquiera su idioma.
El avión en que viajaban sufrió un desperfecto y el aterrizaje forzoso dejó a los pasajeros fuera de sus itinerarios y ocurrió algo inesperado, el pueblo entero estaba enfermo sin que se hubieran percatado ya que creían que solamente tenían un resfrío, un extraño virus los estaba atacando y sin recursos monetarios, su tratamiento era quedarse en la casa y reposar, pero cuando supieron de los flamantes doctores aquello les pareció un milagro.
Y sin querer ni proponérselos los recién recibidos se dieron cuenta de que algo no estaba bien y cuando en el hotel les dijeron qué era lo que pasaba, decidieron obrar como lo que eran, doctores.
La dueña del hotel, por haber vivido muchos años en un país de habla hispana les explicó que estaba pasando y que se cuidaran ellos también, no deseaban contagiarlos ya que ni médicamentos había en aquel pueblo.
A la mañana siguiente una fila de hombres, mujeres y niños esperaban en la puerta del hotel a que saliera alguno de ellos, querían consultarlos.
Tan emocionados estaban los jóvenes que tapaboca mediante, decidieron examinar a cada una de esas personas.
Aunque, no todos los jóvenes estaban dispuestos, tenían que sacrificar sus vacaciones demasiado pronto y por personas que ni siquiera podían pagar, lo bueno era que sólo una persona, es decir una doctora no quiso atender a nadie, los compañeros se ocuparon de hacerlo por ella, por supuesto desde ese momento todo cambió, aquella mujer de nombre Silvia, no estaba hecha para la medicina, aunque ella creía lo contrario, todos comenzaron a dejarla de lado, por la noche cuando todos los pacientes se retiraban con algún diagnóstico y los médicos cansados se retiraban a descansar ella estaba no solamente sola sino muy descansada ya que durante el día sólo deambulaba por el pueblo. Además, había dejado bien claro que no atendería a nadie, ella estaba de vacaciones.
Tanta fue la molestia con ella que todos trataban de esquivar su presencia y ni hablar de las personas del pueblo, pero a pesar de todo formaba parte del grupo y la dejaron unirse a ellos sin decirle nada.
El tratamiento brindado por aquellos jóvenes fue un éxito, las personas fueron mejorando con el correr de los días ya que el gobierno de aquel país ordenó enviar medicamentos al pueblo al enterarse de lo que estaba pasando.
Y llegó el día en que el avión, ya reparado los llevaría a su verdadero destino, la gente les agradecía con obsequios y con cariño ya que muchos no podían brindar nada más, cada uno de ellos recibieron una fotografía junto a los habitantes del pueblo, menos Silvia, a ella no la invitaron.
Aquella fue una experiencia única para ese grupo de médicos que prometieron volver.
Ya en el avión viendo la soledad de Silvia, uno de ellos le preguntó cuál era su especialidad a lo que la muchacha respondió… médica forense.
Al escucharla, los otros se pusieron a reír de tal manera que era imposible que pararan de hacerlo hasta que uno de ellos le dijo que había elegido muy bien su profesión, ¡los muertos no se quejan!
De Silvia, no sé cómo le fue en la vida, pero no creo que haya podido olvidar la experiencia de aquel viaje.
Y colorín colorado …

Omenia
13/9/2024

Texto agregado el 16-09-2024, y leído por 75 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
28-09-2024 Que cuento más atrapante, Hay personas como Silvia que tan solo les interesa estar bien,sin sacrificios;pero que gratificante es saber que los demás estaban preparados y consagrados a su profesión Me gustó tanto Ome fue tan grato leerte. Te abrazo fuerte amiga ***** Victoria 6236013
18-09-2024 Jajaja me sorprendiste! Saludos sheisan
17-09-2024 ¡Maravilloso! Me encanta su forma de contar historias. luz42
16-09-2024 muy ocurrente!!! Excelente ome! musas-muertas
16-09-2024 Jajaja, ¡qué disfrutable tu relato, querida!, me quedo pensando en lo que provoca la falta de información, los prejuicios, falto información y nadie la solicitó y desde allí se fueron desencadenando los hechos. Muy bien lograda la trama. Genial. Gracias. gsap
 
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