Mi yo tribu.
Debo decir que la abuela murió de ciento veinte años y eso ya es no querer morirse, o al menos es lo que repetía mi madre cada que tenía que atenderla en su estado crítico.
Los yaquis son agradables. Las personas que conocí sencillamente mágicas. Uno de ellos fue mi amigo ''el negro'', hombre de dos metros y piel oscura que hacía valer su apodo. Recuerdo se sentaba bajo la enramada y empezaba a tararear canciones que a todo alegraban. Lo más bello es cuando cantaba en dialecto, entonces sí que la piel se me hacía chinitos, y es que uno es pueblo.
La abuela murió y como pasa en muchas familias, los tíos y sobrinos se dispersaron. Vendieron la casa y lo que más me dolió fue el río, el gran afluente de vida que corría y bañaba las tierras de riqueza. Desde la enramada le escuchaba como cantar de noche, cuando todos parecían dormir.
Después nos mudamos a otra ciudad al norte, con unos parientes lejanos que no cantaban, pero susurraban. La más anciana, recorría un rosario con sus manos deformes por los reumas, y empezaba elevarse en una nube de humo. La primera vez que la vi volteo con ojos profundos (decían que era ciega) y sin más que el susurro comprendí que no debía cuestionar lo que miraba. Me volteé y dejé trascurrir la noche como si nada hubiese pasado.
Hubo noches de desdoblamiento y no sé como explicarlo, gente que podía estar en dos partes a la vez. Entonces supe como es que por ahí tenía algunos asuntos involucrados, pero también que estas cosas nadie las entiende, por lo que es mejor cerrar la boca.
Los años pasaron y me fui más al norte. Murió mi amigo ''el negro'' y me dolió todo el cuerpo, porque con él moría una parte de mi yo tribu.
También se fue la Tula y María, Eusebio y Lupe. El río ya no canta, pero dicen, cuentan... qué gente de todo el mundo visita a Estela.
Mi rama se desprendió del árbol. Aunque a veces, como hoy, escucho voces de mi pasado ''nóotam ta oskú'' (que cantan como río.)
RH |