https://www.youtube.com/watch?v=LAqh-qCfCAI
Llegué a la zona sur del puerto a la hora acordada. Es donde esperan los camiones para ir a descargar cuando sea su turno.
Mi contacto, Jeremy, debía introducirme en la guarida para luego presentarme a su jefe.
Tal como esperaba, estaba sentado afuera del galpón número cinco, mezclado entre estibadores y conductores.
Al verme, comenzó a hacerme señas como para que me retirara del lugar. Algo inesperado estaba sucediendo.
Me quedé detrás de una columna de acero, sentado sobre unos cajones vacíos.
Pronto vi llegar a varios vehículos. Más de media docena de hombres fornidos irrumpieron en la puerta lateral del depósito, y otros tantos entraron por el portón central.
A todo esto, mi contacto, ya se había esfumado simulando ser un estibador más.
Comenzaba a dudar de estar haciendo lo correcto.
Mi corazón latía muy fuerte. Demasiado ajetreo para un simple oficinista de Manhattan.
Ninguno de los peones y conductores que se encontraban a mí alrededor, parecía afectado por lo que estaba sucediendo.
Yo, en cambio, ya me encontraba en estado de pánico. Mi mente desbocada ensayaba posibles coartadas que explicarían mi presencia en el lugar, y por sobre todas las cosas, mi nula relación con… ¡Ni siquiera sabía con quién!
Traté de calmarme mientras se escuchaban gritos, corridas y hasta creo haber oído algún disparo.
Una distancia de cincuenta metros mediaba entre mi automóvil y el lugar en donde me encontraba.
Corrí desesperado. Ráfagas de metralla provocaron una estampida.
Tardé unos eternos tres segundos en introducir la llave en la puerta de mi viejo Ford.
Estaba tan alterado que creía que iba a morir.
Bajé el vidrio de mi ventanilla porque me faltaba el aire.
De pronto una mano se posó en mi hombro izquierdo. Era mi contacto. Un negro de casi dos metros de altura que me sonreía mostrándome su diente de oro:
- ¿Y tú dónde crees que vas…?
- ¡Es que esos tipos nos matarán a todos!
- ¿De qué hablas? ¿Los de la oficina de impuestos? Ahaaa, esos cabrones solo vienen para molestar un rato. No son peligrosos.
¿Pensabas llevarte lo que le trajiste?
- No, no, no. Aquí lo tienes.
Le entregué mí preciado tesoro: La locomotora de un tren a escala del Oriente Express. Un artículo para coleccionistas de altísima calidad.
El negro desplegó la franela que lo cubría y exclamó:
- Ohoo, esto sí que va a gustarle. Completará la formación.
Al verlo sostener mi reliquia con solo su brazo izquierdo me sentí incómodo, y de pronto recordé mi parte del trato.
- ¿Dónde está mi parte? Quiero mi parte de lo acordado – le dije y ya me estaba arrepintiendo.
Su brazo derecho se ocultaba detrás de su espalda. Al notar esto, cerré mis ojos y dije suplicando:
- ¡No me mates!
- Oooo, estás más loco que una cabra. Cálmate. Aquí tienes lo tuyo.
También envuelto delicadamente en una franela se encontraba la pieza que me faltaba para completar una formación. El furgón de cola de un tren de pasajeros de los años treinta. De hermosa madera y de excelente manufactura a escala.
- Eres igual a mi Jefe. Son como niños – le escuché decir luego de que yo le agradeciera emocionado.
Mientras me alejaba, miré a mí alrededor, y todo se veía calmado y hermoso.
Una hora más tarde arribaba a mi domicilio.
- ¿Cómo te ha ido querido? – preguntó mi esposa al verme llegar.
- Oooo, muy bien. Conseguí lo que quería.
Todo muy tranquilo. Casi un juego de niños...
.
.
Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 18/02/2020. |