Zaide.
Con la correspondencia del día en la mano y lágrimas en los ojos, Zaide miraba la carta con dolor, veinte años habían pasado desde la última vez que viera a la familia, aquella que a los dieciséis años, una noche fría abandonó para no seguir los pasos de su madre, una mujer que la quiso demasiado y que se fue hacia la noche eterna siendo muy joven y con tanta tristeza como la que sentía ella al recordar que tuvo que elegir entre vivir atada a un hombre que le duplicaba la edad y al cual no hubiera querido o dejar para siempre a su padre y a su tía quien la había criado como si fuera su hija.
Su padre era un hombre apegado a las costumbres de su país, el Líbano donde la mujer no vino a este mundo para ser feliz, la mujer era propiedad del hombre y sólo servía para atenderlo, darle placer y criar a los hijos, sin posibilidad de tener una vida propia.
La decisión no fue fácil, pero con la ayuda de Zinara, su tía, hermana de su padre, pudo lograrlo, se fue para no volver, luego de haber vivido mil contratiempos y hasta pasar hambre, al fin conoció a un hombre muy lejos de su país y con costumbres diferentes, que la valoró por lo que era y no sólo por ser mujer.
Zinara sabía dónde estaba y siempre le mandaba dinero para ayudarla, la familia de Zaide era adinerada, su padre comerciante poderoso guardaba su dinero en el banco, pero Zinara lograba ahorrar sin que su hermano se enterara y así no dejar de ayudar a su sobrina.
Zaide recordaba su niñez cuando su padre aún no pensaba en casarla con un rico comerciante como él y la trataba como lo que era, una niña y le contaba historias fascinantes las cuales jamás olvidó. Una de las historias que nunca pudo olvidar fue la de una piedra muy grande que flotaba en el aire, su padre le decía que algún día la llevaría a la cueva donde estaba, pero ese día nunca llegó y jamás supo qué de verdad había en aquellas historias fantásticas que tanto la fascinaban.
Ella no culpaba a su padre por cómo era, sabía que sus padres habían sido educados de la misma manera y era muy difícil cambiar, no era malo, pero cambiar lo aprendido y vivido no era fácil.
La carta era de aquel hombre, su padre ya que Zinara al morir le dejó la dirección de su hija para que se comunicara con ella.
Zinara al ver que su hermano envejecía y deseaba por sobre todas las cosas volver a ver a su hija, antes de morir le dejó una carta para que cuando ella ya no estuviera se la mandara a Zaide.
Esta era la carta que leía la mujer, la de su tía, pero otra carta estaba casi escondida en el sobre y ésta era de su padre, Zaide nunca había olvidado su idioma, aunque viviera en otro país y al leerla volvió a revivir los años de niña. Veía a su tía con la cabeza cubierta y a su padre con una boina en la cabeza y la pipa en la boca y esos recuerdos llenaban su mente cuando llegó su marido y al verla llorando se asustó. Zaide le mostró la carta, pero aquello fue inútil, el hombre no entendía el idioma y entonces ella la traduzco
Sabía que algún día tenía que suceder, pero no estaba preparada.
Su esposo le dijo que no se preocupara, que irían a ver a su padre, ella ya era mayor y estaban casados, nada podía sucederle.
Una semana después Zaide, su esposo y su pequeña hija de dos años viajaban al Líbano.
Entre alegría y tristeza llegó a casa de su padre.
El hombre apenas la vio, entre lágrimas la besó y al conocer a su nieta, que era la imagen de la madre, pidió perdón por no haber sabido retenerla, por no pensar por sí mismo y por querer obligarla a casarse con un viejo casi de su edad. Zaide le dijo que todo había quedado en el pasado, que lo único que lamentaba era no haber podido despedirse de su tía a la que adoraba.
El padre de Zaide le entregó un sobre que la tía Zinara le había dejado para ella y su familia.
Una hermosa casa estaba a su nombre, regalo de su tía para que si ella y su familia quisieran vivir lo hicieran y si por el contrario no deseaban volver a su país, la vendiera.
Zaide recordó los cuentos de su padre y de su tía cuando ella era una niña y deseó con toda su alma volver, pero su tía ya no estaba y su padre era demasiado viejo y no cambiaría sus costumbres a pesar de todo y con dolor en el alma a la semana de estar en su casa junto a su padre, volvió a irse, vendió la casa y se marcharon a su hogar, no quería para su hija lo que ella había sufrido, quizá algún día la mujer ocupara el lugar que por aquél entonces no tenían.
Omenia.
2/9/2024
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