¡Perdóname, muchacho! Fueron las últimas palabras de Mario, antes de morir. Se escuchó una solicitud sentida, cargada de arrepentimiento. Sus ojos rasgados estaban encharcados como nunca antes los habían visto.
Eloy quedó en shock. Era increíble pero cierto, tuvo que asistir en su lecho de muerte a la persona que en vida lo odio, incluso desde antes de nacer.
—Madre, acaba de morir el señor.
Un grito desgarrador hizo eco en el apartamento de un céntrico barrio de París. Era el llanto Rocío desconsolada por la muerte del hombre que amó por más de medio siglo.
Eloy se dirigió a su cuarto para descansar —su cuerpo se lo pedía—, pero no pudo dormir. Los recuerdos del maltrato físico y psicológico del que fue víctima cuando vivía en la casa de sus bisabuelos se apoderaron de él. “Fuera de aquí, no estorbe. Le gritaba Mario”. Corría a un lugar que él llamó “rincón del olvido”, pero en ese momento Mario le echó zancadilla y quedó inmóvil en el suelo. ¡Ayúdame abuelo! pero a él no le importó y se marchó. Su madre que estaba acostada en el sofá de la sala, lo levantó del piso. Inmediatamente lo llevó al hospital. La caída fue de tal magnitud que sufrió una fractura conminuta de peroné.
Por su edad la recuperación fue más rápida de lo habitual, pero reiteradamente se tropezaba. A los quince días se fueron de aquella casa.
Al principio nada fue fácil, las meriendas eran las panas que les regalaba don Tomás, –el propietario de la tienda que pretendía a su madre. Años más tarde, supo todos los apuros económicos que tuvieron que vivir.
Se graduó como normalista y obtuvo el primer lugar en las pruebas saber en el departamento del Valle, haciéndose acreedor a la beca “Ser el mejor paga”. Estudió medicina en la Universidad del Valle.
Su padre, un hombre frívolo, talentoso era propietario de una de las cadenas de comidas rápidas más importantes de Medellín. No logró superar la adicción a las drogas, eso lo llevó a la ruina.
María, su madre estudió psicología y la abuela publicó el primer libro.
Una vez se hizo médico cirujano, empezó a trabajar en una reconocida clínica de la ciudad de Cali, allí tuvo la oportunidad de conocer al doctor Dositeo Koslov, el mejor neurólogo que había llegado al país. Fue su padrino en la especialización. A los veintisiete años se graduó como neurólogo.
El éxito que tuvo su abuela como escritora los llevó a radicarse en París. Cada uno ejercía su profesión con tal compromiso de servicio que ni la fama, ni el dinero lograron pervertir sus vidas.
Durante la semana trabajaba en la fundación hospital Santas de la concepción y el sábado ejercía como voluntario en un hospital donde atendían habitantes de calle.
Eran las 3.00 de la tarde de aquel viernes treinta de diciembre cuando escuchó:
—Doctor Eloy Vélez, es solicitado en urgencias. —Doctor Eloy Vélez, es solicitado en urgencias.
Rápidamente se dirigió a la sala de urgencias. Cuando llegó vio al señor en la camilla no. 21 y a la abuela llorando. Se alteró porque desconocía que sus bisabuelos estuviesen viviendo en París, desde hacía poco más de un año debido a la complicación de su salud. Padecía esclerosis múltiple (MS primaria-progresiva). Asumió su atención hasta lograr estabilizarlo. Era lo único que podía hacerse por las áreas del cuerpo en las que la vaina de mielina estaba dañada.
Al día siguiente le dieron de alta en la fundac y decidió que lo llevaran a su apartamento para brindarle una mejor atención.
Lo único que sentía por él era compasión, Su estado lo conmovió. ¿Dónde habían quedado aquellas palabras?: “Sí que le tengo miedo a la vejez”. Que Mario decía cuando tenía 86 y la vida le sonreía.
Habían transcurrido dos semanas de trasnocho, de tratamientos para mejorar su condición y calmar esos dolores físicos que cada vez eran peores, cuando le susurró a Eloy: Perdóname muchacho, Tranquilo, me mataste por dentro, pero pasará. Descansa en paz”

Nota: agradezco cualquier sugerencia que puedan realizar.
y los invito a visitar https://luzalcalde.blogspot.com/